miércoles, 27 de julio de 2011

Volumen I Capítulo IV (Febrero 1827) Páginas 48 a 64

Ciervos vistos – El “Hope” navega nuevamente – Bahía del Aguila – Canal Gabriel - “Williwaws” - Puerto Cascada – Nativos – Seno Almirantazgo – Canal Gabriel – Canal Magdalena – El “Hope” regresa a puerto del Hambre – San Antonio – Bahía Lomas – Pérdida de una embarcación – El oficial de navegación y dos marineros ahogados.

Del informe del Sr. Graves de la aparición del canal al SE de isla Dawson, decidí dirigirme allí tan pronto como el “Hope” estuviese listo, pues requería alguna modificación, y reparaciones.

Habiéndose visto un ciervo en punta Santa Ana, el Sr. Tarn desembarcó, muy temprano en la mañana, ansioso por la presa, pero solo pudo efectuar un disparo inútil. En otro momento unos pocos ciervos fueron vistos por nuestra gente, cerca del río; pero en lugar de regresar con la información, dispararon sus armas, cargadas sólo con perdigones, lo que sirvió para ahuyentarlos. Como el animal era nuevo para nosotros, y teníamos prueba que era igualmente nuevo para la ciencia, estaba ansioso de obtener un espécimen, pero nunca más tuve una oportunidad. Aquí Sarmiento vio el único ciervo que él menciona en su diario.

La mañana del 16 aparentemente más favorable, zarpé con el “Hope”. Los cerros estaban cubiertos con nieve que había caído la noche anterior, el termómetro había estado en el punto de congelamiento, y mucho hielo se había formado; pero el aspecto del tiempo nos engañó: apenas habíamos dejado la nave, cuando comenzó a llover, y en el momento que llegamos a cabo San Isidro el viento había arreciado a temporal, lo que me obligó fondear en bahía del Águila.

Desembarcamos, una carpa fue levantada, e hicimos un fuego llameante para secar nuestras ropas. Por la noche el temporal sopló con gran violencia del SO, y el “Hope”, en su fondeadero, borneaba por los chubascos, de vez en cuando se escoraba llegando a sumergir la borda bajo el agua.

Al día siguiente (17), aunque la lluvia había cesado, el viento seguía siendo fuerte. Hacia la noche disminuyó, y temprano el 18 dejamos bahía del Águila con un fresca brisa del ENE., y pasamos cerca de puerto San Antonio; pero entonces fuimos retrasados por las calmas y los chubascos. Al mediodía se levantó un viento del oeste, y continuamos hacia el canal Grabiel, con el viento por la popa, y la corriente a nuestro favor. Puerto Cascada nos protegió por la noche.

La formación aparentemente artificial de este canal es muy notable. Parece haber sido antiguamente un valle entre dos cadenas de montañas, en la dirección de las capas (de lo cual hay frecuentes ejemplos, como el valle en la cordillera de Lomas, frente al cabo San Isidro, el valle de bahía Valdez, y uno inmediatamente al norte del mismo canal, además de muchos otros), y que en algún período remoto el mar habría forzado su paso a través, efectuando una comunicación entre el Estrecho y las aguas de detrás de isla Dawson; como si una de esas grandes “olas del norte”, de las cuales una vez habíamos oido tanto, hubiese entrado por el ancho Estrecho (el paralelismo de cuyas costas es también notable) desde el noroeste, hacia el cabo Froward y al encontrarse enfrentada por la cordillera de Lomas, había forzado un paso a través del valle hasta ser detenida por las montañas de bahía Filton. Habiendo imaginado esa ola en movimiento, el lector puede imaginársela unida con otra enorme ola del norte desde cabo San Valentín, atacando los cerros y llevándose todo a su paso, hasta monte Hope, al fondo del seno Almirantazgo, donde su avance es detenido. Ya he notado la extraordinariamente recta dirección que tiene este raro canal. En ambas extremidades el ancho puede ser de dos a tres millas, pero las orillas gradualmente se aproximan una a otra en la mitad del camino, y la costa de cada lado se eleva abruptamente a una altura de mil quinientos pies. La costa sur, protegida de los fuertes vientos predominantes, está densamente cubierta de árboles y exuberantes matorrales, que, por ser principalmente de hoja perenne, mejoran el paisaje en gran medida, sobre todo en la temporada de invierno: la costa norte es también muy boscosa por cerca de dos tercios hacia arriba; pero la cumbre es estéril y el contorno muy dentado, como es habitual en las formaciones de pizarra.

En la costa norte nos dimos cuenta de algunos de los efectos extraordinarios de los vientos arremolinados que tan frecuentemente se producen en Tierra del Fuego. Las tripulaciones de los barcos loberos los llaman “williwaws” o “chubascos-huracanados” y son los más violentos. Los temporales del suroeste, que soplán sobre la costa con furia extrema, son reprimidos e impedidos de pasar sobre las tierras altas; cuando, aumentando su potencia, se precipitan violentamente sobre los bordes de los precipicios, se expanden, por asi decirlo, y descendiendo perpendicularmente, destruyen toda cosa movible. La superficie del agua, cuando es golpeada por estas ráfagas, es agitada, hasta quedar cubierta de espuma, la cual es elevada por estos, y vuela delante con furia hasta dispersarse en forma de vapor. Las naves fondeadas al amparo de tierras altas son a veces repentinamente escoradadas peligrosamente, y al momento siguiente recobran su equilibrio, como si nada hubiese ocurrido. Nuevamente un chubasco las golpea, quizás por la otra banda, y se escoran ante la furia: el cable es tensionado, y somete al buque a una sacudida, que hace que se deslice sobre el agua, hasta que nuevamente es detenido por el cable, o llevado hacia atrás por otra ráfaga de viento.

En todos estos fondeaderos, bajo las tierras altas, hay algunas partes más expuestas que otras, por eso debe buscarse aquellos lugares que son menos afectados por estos chubascos, más seguros, o más bien más tranquilos, y ese punto debe ser seleccionado. No creo que las naves así fondeadas estén en peligro si sus amarras a tierra son buenas; pero todo lo que ofrezca tenaz resistencia deberá sufrir la furia de estas ráfagas. En muchas partes de esta tierra, los árboles son arrancados de raíz, o son hechos pedazos por el viento; y en el canal Gabriel los williwaws que entran por sobre la cadena montañosa, que forma la parte sur del canal, descienden, y golpeando contra la base de la orilla opuesta, corren hasta el acantilado, llevándose todo por delante de ellos. No sé de nada que pueda compararse mejor que la huella pelada dejada por uno de estos chubascos con un camino ancho malo. Después de haber hecho tal abertura, el viento que frecuentemente barre a través previene el crecimiento de la vegetación. Masas confusas de árboles arrancados de raíz yacen en el fondo de estas huellas desnudas, y muestran claramente el poder que ha sido empleado.

La orilla sur del canal está formada por la base de esa cadena de colinas, que se extiende, desde el lado este del canal Magdalena, hacia el ESE. Es la parte más alta de Tierra del Fuego, y en ella hay varias montañas notables, además del Sarmiento, la más imponente de todas.

Cerca del extremo este del canal Gabriel está el monte Buckland, un cerro alto parecido a un obelisco, que termina en una nítida punta de aguja, y levantando su cabeza por encima de una masa caótica de “reliquiae diluvianae”, cubierta por nieves eternas, por el derretimiento de las cuales, se ha formado gradualmente, un enorme glaciar en el lado de sotavento, o lado noreste. Este campo helado tiene doce o catorce millas de largo, y se extiende desde cerca del término del canal hasta puerto Cascada, alimentando, en el espacio intermedio, muchas magníficas cascadas, las cuales, por número y altura, no son quizás superadas en un espacio igual, en ninguna parte del mundo. En una extensión de nueve o diez millas, hay sobre ciento cincuenta cascadas, cayendo en el canal desde una altura de mil quinientos a dos mil pies. El recorrido de varias está oculto, primero, por un espacio con árboles, y, cuando han descendido la mitad del camino, estallan a la vista, saltando, por asi decirlo, del bosque. Algunas se unen a medida que caen, y juntas se precipitan al mar, en una nube de espuma, tan variadas, son las formas de estas cascadas, y tan grande el contraste con el follaje oscuro de los árboles, que cubren densamente las laderas de la montaña, que es imposible describir adecuadamente la escena. No he encontrado nada que supere la pintoresca grandeza de esta parte del Estrecho.

Hay varias ensenadas en la costa sur, pero en el lado opuesto no hay refugio hasta llegar a una bahía profunda en la que hay varios islotes, y donde, creo, hay una comunicación con el seno Brenton, pero no entramos en ella.

Puerto Cascada puede ser reconocido facilmente por una gran roca plana desnuda, ubicada en la cumbre de la cabeza este, y por una magnífica cascada formada por la unión de dos torrentes.

Todas las plantas del Estrecho crecen aquí; una fragante Callixene (C. marginata, Lamk.) llena el aire con su olor; y una hermosa flor que no habíamos visto antes, fue encontrada por el Sr. Graves: era colgante, tubular, alrdedor de dos pulgadas de largo (Class. Hexand. Monog. Cal.2. Pet.3) y de un cálido color rosado.

Los árboles son pequeños y mal desarrollados, de las especies de costumbre: Haya y Corteza de Winter. Aquí notamos por primera vez un gran helecho (Este helecho también lo encontramos en la isla de Juan Fernández), que tenía un tallo de dos o tres pies de largo, y cinco o seis pies de diámetro, muy similar a la Zamia de Nueva Holanda. Vimos muy pocas aves y ningún cuadrúpedo. Entre las primeras había un Martín pescador, que en ese entonces era nuevo para nosotros, pero que está distribuido sobre una gran extensión de Sud América, y desde entonces tengo una muestra que dicen fue cazada de un disparo en Río de Janeiro.

Bahía Filton es un estuario profundo, rodeado por todos lados por tierra cortada a pique, que llega a una altura de tres, o cuatro mil pies, y que termina en picos, de las formas más fantásticas, cubiertos por hielo y nieve.

Entre bahía Filton y el cabo Rowlett hay altas montañas, dos de las cuales, más llamativas que el resto, les pusimos monte Sherrad y cerro Curioso.

Punta Card resultó ser de pizarra arcillosa, y creo que la proyección del cabo Rowlett, y las montañas, también son de esta roca.

Mientras cruzábamos el cabo Rowlett (en la parte sur de un profundo seno, que se dirige hacia el SE., que era mi intención examinar), nos encontramos con tres canoas, conteniendo, en conjunto, alrededor de veinticuatro personas, y diez o doce perros. El Sr. Wickham reconoció que ellos eran el mismo grupo que había visitado el “Hope” en su último crucero, el ladrón, sin embargo, no se encontraba entre ellos, temiendo probablemente que podría ser reconocido.

Estos nativos se comportaron muy tranquilamente, excepto una de las mujeres, que quiso llevarse un tazón de hojalata en el cual se le había dado agua, sin la intención de robar. Uno del grupo, que parecía más que medio idiota, escupió en mi cara; pero como aparentemente no lo hizo con ira, y fue reprobado por sus compañeros, su conducta descortés fue perdonada.

Si poseían algunas pieles, las habían dejado, quizás ocultas, cerca de sus wigwams: solo unas pocas flechas, un collar de conchas, y un cintillo para la cebaza, hecho de plumas de avestruz, fueron obtenidas mediante trueque. Sus canoas eran remadas por las mujeres, ocasionalmente ayudadas por los hombres. Una o dos de las primeras eran jóvenes, y de buena presencia, pero el resto eran horribles; y todos estaban mugrientos y muy desagradables, por la cantidad de aceite de lobo marino y grasa de ballena, con la que habían cubierto sus cuerpos. Después que hubimos obtenido, por trueque, todos los artículos que ellos disponían para cambiar, les regalé gorros rojos y medallas, con los cuales estuvieron muy orgullosos; lo último que pidieron fue si podían tener un agujero perforado a través de ellas, con lo cual podrían colgarlas con un cuerda alrededor de sus cuellos. Su asombro era muy nervioso, y estuvieron muy contentos al escuchar el tictac de un reloj; pero creo que estuve muy cerca, aunque sin intención, de darles una gran ofensa, al cortar un mechón de pelo, de la cabeza de uno de los hombres. Asumiendo una mirada grave, él con mucho cuidado envolvió el pelo cortado, y se lo alcanzó a una mujer en la canoa, quien, con mucho cuidado, lo guardó en una cesta, en la cual ella mantenía sus collares y pinturas: el hombre entonces se volvió, pidiéndome, muy seriamente, que guardara las tijeras, y ante mi conformidad le devolvió el buen humor.

Las características de estas personas tenían gran semejanza con las de los indios patagones, pero como personas eran considerablemente más bajos y pequeños. La gente mayor de ambos sexos tenían una figuras horribles; los niños, sin embargo, y los jóvenes, eran bien formados, sobre todo uno de los muchachos que ellos llamaban “Yai-la-ba”, lo cual, creo, significaba un joven, o un guerrero joven. La palabra “Sherroo” era empleada para designar una canoa, o una nave.

Estaban mal vestidos, con mantos hechos de guanaco, o pieles de nutria, pero no tan cuidadosamente confeccionados como los de los Patagones.

Sus cuerpos estaban embadurnados con una mezcla de tierra, carboncillo, ocre rojo, y aceite de lobo; que, junto con la suciedad de sus personas, producían un muy desagradable olor. Algunos estaban pintados parcialmente con tierra arcillosa blanca, otros estaban tiznados de negro con carboncillo; uno de los hombres estaba pintarrajeado completo con un pigmento blanco. Su cabello estaba atado por un cintillo trenzado, hecho quizás con tiras de corteza, y unos pocos lo tenían enroscado; pero a ninguno perecía que fuera un punto de atención, excepto una de las mujeres jóvenes, que repetidamente peinaba y arreglaba el suyo con una mandíbula de delfín con dientes.

Durante una noche muy tranquila, fuimos frecuentemente sobresaltados por el fuerte soplido de ballenas que estaban entre nosotros y la orilla. Habíamos visto varios de estos monstruos el día anterior, pero no habíamos oido su soplido en un lugar tan tranquilo.

Al amanecer, una suave brisa nos llevó hacia una tierra accidentada al SE. de cabo Rowlet, entre su lado este, y la punta saliente de una isla, encontramos una bahía segura y rodeada de tierra, con dos entradas, una por el norte y la otra por el sur del isla Alta. El lado sur del puerto, al que llamé puerto Cooke (después teniente del “Adventure”) es una angosta franja de tierra, que forma la cabeza de una profunda ensenada o seno, llamada bahía Brookes (a solicitud del Sr. Tarn). Parecía que se extiende hasta la base de una cadena de alturas montañosas, y está separada solamente por una estrecho istmo de bahía Harbour.

Apenas llevábamos fondeados media hora cuando vimos llegar al mismo grupo de fueguinos. Los hombres se apresuraron hacia nosotros en sus canoas, tan pronto como las mujeres hubieron desembarcado, para revestir o cubrir con paja los wigwams, que ellas encontraron en pie y encender los fuegos.

Después fuimos a tierra, y, nos sentamos cerca de ellos, comenzando un activo comercio de flechas, pieles, collares y otros productos. Ellos se desprendieron de las pieles que cubrían sus espaldas por unas cuantas cuentas, y estuvieron completamente desnudos toda la tarde.

Entre ellos había un joven, que parecía ser tratado con cierto respeto por los demás, era uno de los más agraciados del grupo, y tenía una sonrisa bondadosa en su rostro durante nuestra entrevista, mientras que el resto frecuentemente manifestaba desagrado, incluso por tonterías. Era, al menos, el jefe de una de las dos familias; su wigwam contenía a su esposa, y sus dos hijos, su,o el padre de su esposa, y madre, asi como el idiota, y su esposa, quien, por su aspecto, debe haber sido Patagona, o bien una mujers de tamaño poco común entre estas personas. La anciana era muy curiosa, y el hombre, en un largo discurso, le describió todas las maravillas que yo le había mostrado a él, solicitándome, de vez en cuando, que le señalara a ella los artículos que él trataba de describir.

Su destreza con la honda es extraordinaria, y, debería creer, que empleada como arma de ataque, debe ser muy formidable. Al preguntarle sobre ello el mismo hombre nos mostró su uso, cogió una piedra, del tamaño de un huevo de paloma y la colocó en la honda, luego dando a entender que iba a golpear con ella la canoa, le dio la espalda a esta, y lanzó la piedra en dirección opuesta, contra el tronco de un árbol, de donde rebotó por sobre su cabeza, y calló cerca de la canoa.

Los he visto golpear un gorro, colocado sobre el tocón de un árbol, a cincuenta o sesenta yardas de distancia, con una piedra de una honda. En el uso del arco y la flecha, también, con ellos matan aves, son muy diestros. La lanza es principalmente para golpear a los delfines y lobos, pero también la utilizan en la guerra; y debido a la lengüeta, debe ser un arma muy eficiente. De cerca, ellos utilizan porras, piedras sostenidas en la mano, dagas cortas de madera, con puntas muy afiladas de cuarzo, vidrio volcánico o sílex.

A la mañana siguiente, viendo que zarpábamos, se nos pusieron al costado y trataron de persuadirnos de que fondeáramos. El joven, de quien he hablado, fue muy pertinaz, y finalmente nos ofreció su esposa, como soborno, quien empleó todos sus encantos imaginarios para conseguir su propuesta.

Aprecian en tal alto grado las cuentas y los botones, que con unos cuantos de cada uno habríamos comprado la canoa, la esposa y los niños, sus perros, y todo el mobiliario. Al vernos avanzar hacia el sur, con la aparente intención de navegar el seno, ellos nos señalaban ir hacia el norte, gritando repetidamente “Sherroo, sherroo”, y apuntando hacia el norte, con lo cual pensamos querían darnos a entender que no había paso en la dirección que estábamos tomando.

Al mediodía, desembarqué para observar la latitud, y tomar demarcaciones del seno hacia el SE, al fondo del cual había un cerro, aparte, como si estuviese en el medio del canal. Su vista sin duda entusiasmó nuestras esperanzas que hubiese un canal, y como habíamos empezado a calcular de que llegaríamos a bahía Nassau en pocos días, le pusimos a este cerro, monte Hope.

El punto en el que desembarcamos era a los pies de una alta montaña cubierta de nieve, que le pusimos monte Seymour; por lo cual, de no haber estado cerca los indios, habría tomado demarcaciones.

Navegamos hacia el sureste, cerca de la costa sur, hasta la noche, cuando desde la cima de algunos cerros, de unos trescientos pies sobre el mar, tuvimos una vista del seno, que casi nos convenció que ello demostraría que había un canal. La roca de este lugar era diferente a las que habíamos visto en el Estrecho. Las montañas son altas, y evidentemente de pizarra arcillosa; pero el lugar, cercano a nuestro fondeadero, es una masa de piedra arenisca dura y con mucho cuarzo, muy parecida a la antigua formación de arenisca roja de Europa, y precisamente como la roca de isla Goulburn, en la costa norte de Nueva Holanda ( Australia de King, vol. I, p. 70 y vol. II pp. 573,582 y 613).

A la mañana siguiente (23), continuamos hacia el monte Hope, mientras navegábamos hacia allí algunos chubascos pasaron por sobre nosotros, nublando la costa sur, y cuando pasábamos por bahía Parry, parecía tanto la entrada de un canal, que nos detuvimos, pero pronto se despejaron las nubes y vimos el fondo, donde parecía haber dos brazos o entradas. En el brazo sureste, las costas estaban cubiertas con una gruesa capa de hielo (como el fondo de bahía Ainsworth, al oeste de bahía Parry, donde un inmenso glaciar desciende hasta el borde del agua). El brazo suroeste parecía ser bien protegido, y si tuviese una moderada profundidad de agua, sería una excelente bahía.

Después de habernos convencido de que no había canal aquí, volvimos a nuestro rumbo original, pero, pronto, nos encontramos a dos millas del fondo del seno; la cual es poco profunda, y parece recibir dos ríos. La gran cantidad de agua helada, que se mezcla aquí con el mar, cambia su color a un azul tan pálido, que pensamos que estábamos en agua dulce.

El monte Hope resultó ser una masa aislada de colinas, que siguen la dirección NO y SE como el resto, habiendo tierras bajas hacia el sur, sobre la cual no se veía nada, excepto un cerro, distante treinta o cuarenta millas, cubierto de nieve, al cual los rayos del sol le daban la apariencia de una lámina de oro.
Encontrándonos encerrados en la bahía, nos apresuramos a salir del lío, y, después de batallar por algunas horas, fondeamos en bahía Parry.

Nuestra entrada en una pequeña ensenada en bahía Parry inquietó a una cantidad de patos, patos a vapor, cormoranes, y ganzos. Su número indicaba que los indios no habían visitado últimamente el lugar.

Al día siguiente llegamos a bahía Ainsworth, la que es del mismo tipo que bahía Parry, y proporciona una seguridad perfecta a los veleros pequeños: a fuerza de bogar, llegamos a un fondeadero seguro en una ensenada en la esquina sureste.

El fondo del puerto esta formado, como ya he dicho, por un inmenso glaciar, desde donde, durante la noche, se desprenden grandes masas y caen al mar con fuerte estruendo (Durante la alta marea el agua del mar socava, por deshielo, grandes masas de hielo, las cuales cuando la marea baja, quieren apoyo, y , consecuentemente, se quiebran, llevando tras ellos enormes fragmentos del glaciar, y caen dentro de la quieta dársena con un ruido como de trueno), lo que explica los ruidos nocturnos que frecuentemente habíamos oido en puerto del Hambre, los cuales en esa ocasión pensamos que se debían a erupcion de volcanes. También fueron estos, probablemente, los ruidos nescuchados por los oficiales españoles durante su exploración del Estrecho, mientras estaban en el puerto de Santa Mónica, donde ellos se habían refugiado de una violenta tempestad de viento (“En los días 24 y 25, oimos un ruido sordo, y de corta duración, que, por el pronto, nos pareció trueno; pero habiendo reflexionado, nos inclinamos a creer que fue efecto de alguna explosión subterranea, formado en el seno de algunas de las montañas inmediatas, en que parece haber algunos minerales, y aun volcanes, que están del todo o casi apagados, moviéndonos a hacer este juicio, el haberse encontrado, en la cima de una de ellas, porción de materia compuesta de tierra y metal, que en su peso, color y demás caracters, tenía impreso el sello del fuego activo en que había tornado aquel estado, pues era una perfecta imagen de las escorias del hierro que se ven en nuestras ferrerías. Apéndice al viaje de Córdova al Magallanes, p.65.”).

A la mañana siguiente, el puerto estaba lleno de pedazos de hielo, acumulados dentro del seno, donde el agua de mar, estando a mayor temperatura que el aire, rápidamente los disolvía.

Desde nuestro zarpe de puero Cascada, el tiempo había sido templado, claro y estable, pero como faltaban solo tres días para el cambio de la luna, en cuyo período, así como en luna llena, siempre soplaba un temporal, deseaba llegar a un lugar seguro en el canal Gabriel o en el seno Magdalena.

Cerca de las islas de bahía Ainsworth, nos pasaron tres canoas, que cruzaban el seno, cada una con una piel de lobo fijada en la proa como vela; y reconocimos que ellos eran el mismo grupo que habíamos dejado en puerto Cooke, entre los que estaba el indio que habíamos detectado robando el tarro de hojalata. Ellos no vinieron a nuestro costado, pero al pasar cerca de ellos, señalaban hacia el norte, aparentemente insistiendonos en ir en esa dirección.

Habíamos visto varios wigwams en las bahías Parry y Ainsworth, lo que demuestra que son muy frecuentadas por los indígenas, quizás en su camino a abiertas tierras bajas al este del monte Hope, donde numerosas manadas de guanacos podrían ser encontradas.

Delfines y lobos no eran escazos en estas ensenadas, y en sus entradas habían muchas ballenas: la presencia de lobos y ballenas me hacían pensar que era probable que había un canal; pero creo que todas las personas que estaban conmigo estaban convencidos que era un seno, que terminaba en el monte Hope. Después de mi última experienca de la naturaleza engañosa de algunos pasos en la Tierra del Fuego (el canal Bárbara, por ejemplo), me he sentido menos seguro de que no exista una comunicación con las tierras bajas, detrás del monte Hope, rodeando su costado norte. La improbabilidad era, sin embargo, tan grande, - dado que el fondo del seno era un banco de arena, - dado que la corriente de marea era muy leve, - y dada la información de los nativos; que evidentemente deseaban decirnos que no podríamos salir al mar, - que no consideramos que valía la pena hacer otro examen.

Había observado antes que la estrata de las rocas pizarra, en el Estrecho, se inclinaban hacia el SE, y encontré que ellas se inclinan de manera similar todo el tiempo hasta llegar al fondo de este estuario, al que nombré seno Almirantazgo.

El lado norte, como el del canal Gabriel, es escarpado, sin entradas, excepto donde hay una ruptura en los cerros, pero en la costa sur hay numerosas calas, y ensenadas, lo cual se muestra en la imaginaria sección del canal Gabriel. La misma causa opera en el contorno de la costa norte que llega al cabo Froward, hacia el oeste hasta tan lejos como el cabo Holland, donde la roca adquiere una forma aún más primitiva. Su naturaleza general, sin embargo, es pizarra micácea, con grandes venas de cuarzo; lo último es particularmente visible en puerto Gallant.

- Esquema a lápiz del canal Gabriel -

El siguiente esquema ligero, pretende representar una sección imaginaria de este tipo de apertura como el canal Gabriel, también puede servir para dar una idea general de los muchos fondeaderos fueguinos; - de los profundos pasos de agua que existen entre las casi innumerables islas de la Tierra del Fuego; - y los efectos de esas repentinas, y violentas ráfagas de viento, - tan frecuentes y peligrosas, - comunmente llamados chubascos huracanados (Ningún velamen podría resistir alguna de estas ráfagas, que llevan espuma, hojas, y suciedad delante de ellas, en un densa nube, llegando desde el agua hasta las vergas bajas del buque, o aún a las perillas de los mástiles más bajos. Felizmente su duranción es tan breve, que el cable del velero, al ancla, es apenas estirado al máximo, antes que la furiosa ráfaga termine. Las personas que han estado algún tiempo en la Tierra del Fuego, pero que por fortuna no han experimentado la violencia extrema de tales ráfagas, pueden inclinarse a pensar que su fuerza es exagerada en esta descripcción, pero deben considerar, que su su furia máxima sólo se siente durante los inusualmente fuertes temporales, y en situaciones particulares; de modo que un barco podría pasar a través del estrecho de Magallanes muchas veces, sin encontrar una de tales ráfagas como las que ocasionalmente han sido testimoniadas allí.- R.F.) o williwaws.

La roca, por supuesto, se descompone por igual en ambos lados; pero en la expuesta al viento sur, se rompe en fragmentos paralelos a la dirección de los estratos, y por lo tanto no hacen el contorno de la playa más irregular, mientras que en el otro lado se descompone transversalmente a la dirección de la pendiente, dejando huecos, en los cuales se mete el agua, y acelera la descomposición al entrar profundamente en los intersticios. Agua, aire, y escarcha descomponen la roca, y forman un suelo, que, si no está muy expuesto al viento, es pronto ocupado por la vegetación.

Las caras escarpadas de los acantilados, en la costa sur, causadas por la descomposición de la roca a través de granos, recoge arena y barro, y entonces sucede que esos fondeaderos son frecuentemente encontrados en un lado, mientras que, en el otro, el ancla no agarrará, por lo empinado del suelo; ya que no hay nada sobre el suave declive que retenga el barro y la arena antes que llegue al fondo; lo cual, en la mayoría de los casos que conozco, se encuentran muy lejos de ser alcanzados por el ancla.

Después de un pesado y difícil paso a través del canal Gabriel, fondeamos en un puerto protegido en la entrada del canal Magdalena, en el lado oeste, bajo un cerro puntiagudo llamado por Sarmiento “el Vernal” - en nuestro plano “Pan de azúcar” - La entrada tiene alrededor de un cuarto de milla de ancho, pero después de unos pocos cientos de yardas se abre el puerto, extendiéndose por cerca de una milla. Tiene buen fondo; siete brazas en la entrada, y cuatro, cinco y seis brazas dentro, de modo que es muy conveniente para una nave pequeña: para nosotros, de verdad, fue un descubrimiento muy bienvenido. El terreno se eleva, en torno a esta caleta, a la altura de dos a tres mil pies. Está cubierto de hayas, corteza de Winter, y cerca del agua está adornado con grandes arboledas de quila, calafate, y los arbustos comunes de puerto del Hambre, que crecen tan densamente como para formar una selva casi impenetrable; pero no obstante el carácter pintoresco de sus paisajes, la altura imponente de los cerros, que tapan los rayos del sol durante todo el día, durante la mayor parte del año, lo hacen un lugar sombrío y melancólico. ( sub rupe cavatâ … verso en latín de la Eneida de Virgilio).

Encontramos una familia de fueguinos en el puerto interior. Tres canoas estaban varadas en la playa, pero sus dueños al principio no estuvieron visible. Por fin, después de nuestros repetidos llamados “ho say, ho say”, aparecieron, y, más bien a regañadientes, nos invitaron, por señas, a desembarcar. Parecía que eran catorce o quince personas, y sieto u ocho perros. El Sr. Wickham y el Sr. Tarn fueron a tierra donde estos nativos, que mostraron cierta timidez, hasta que una horrible mujer anciana comenzó a charlar, y pronto nos hicieron entender que los jóvenes (La-a-pas) estabn ausentes en una expedición de caza, pero que esperaban que regresaran en cualquier momento. Había sólo tres hombres con las mujeres y los niños. Para inspirarles confianza en nuestras buenas intenciones, el Sr. Wickham le dio a cada hombre una gorra roja, y algunas otras baratijas. Uno de ellos se quejó de que estaba enfermo, pero más bien creo que su enfermedad era fingida, y a los otros parecía que no les gustaba para nada nuestra visita. Poco a poco sus temores disminuyeron, y, una vez dejado de lado sus temores, un activo comercio comenzó; en el que varias pieles de nutria, collares de conchas, lanzas, y otras baratijas, se obtuvieron de ellos a cambio de cuentas, botones, medallas, etc. Las nutrias son cazadas con la ayuda de los perros, por lo cual, principalmente, estos últimos son tan valiosos.

Esta gente estaba vestida ligeramente con pieles de lobo y nutria, pero algunos tenían pedazos de mantas de guanaco sobre sus hombros, por lo cual supusimos que ellos o pertenecían a la misma tribu, o estaban en paz, con los indios del seno Almirantazgo, a no ser que, de hecho, comercien con los indios patagones; pera tal es la pobreza de los fueguinos, que apenas pueden poseer alguna cosa de valor suficiente para intercambiar por los bienes de sus vecinos del norte, a no ser que sea la pirita de hierro, que creo que no se encuentra en el territorio abierto de los indios patagones, y, que por lo fáil con que produce chispas de fuego, debe ser un artículo de importancia.

No fue poco interesante la sorpresa que estos nativos mostraron por las cosas que poseíamos, y el efecto producido en sus rostros cuando veían cualquier cosa extraordinaria: su expresión no era de alegría o sorpresa, sino una especie de vacío, estupefacción, mirándose fijamente el uno al otro. Deben haber tenido muchas sospechas de nuestras intenciones, o muy excitados por lo que habían visto durante el día, porque durante toda la noche escuchamos en la orilla las voces de su incesante charla, sólo interrumpida por los ladridos de sus perros.

Mirando hacia la continuación del Magdalena, vimos dos entradas, las cuales, mientras los cerros estuvieron envueltos en la bruma, tenían la apariencia de ser canales. Procedimos a internarnos cierta distancia en la más occidental de las dos, pero encontramos que era solamente un seno, que finalizaba en una tierra alta. La embarcación fue entonces dirigida hacia una empinada masa de tierra de montañas negras, (Monte Boquerón) la cumbre del cual se divide en tres picos, que Sarmiento llamó “El pan de azúcar de los boquerones”. Navegamos hacia el sur, quince millas en este seno, y llegamos a las islas Laberinto; pero al no encontrar un sitio donde fondear, reasumimos nuestro rumbo hacia el fondo de lo que críamos que era otro seno, que terminaba en las montañas. Al mediodía, el punto más alejado, en la costa oeste, que llamamos cabo Turn, estaba a unas tres millas de nosostros, y habríamos descubierto la continuación del canal (como desde entonces ha sido demostrado); pero se levantó una brisa del SO y en corto tiempo sopló tan fuerte que nos obligó a devolvernos. Williwaws y vientos arremolinados nos mantuvieron siete horas bajo el monte Boquerón. Estos chubascos al comienzo fueron alarmantes, pero arriando todas las velas, antes que pasaran, no sufrimos ninguna lesión. A la puesta del sol estábamos a la cuadra de puerto Hope, donde habíamos planeado refugiarnos del temporal. Nuestros últimos vecinos, los indios, habían encendido fuego en la entrada invitándonos a regresar; pero el viento y la marea estaban contra nosotros, y como sabíamos que no había puerto hacia sotavento, nuestro único recurso fue salir del seno. Furiosas ráfagas nos llevaron a la realidad, constante viento, que encontramos muy fuerte; y como puerto San Antonio estaba en nuestra amura de sotavento, izamos todo el velamen, por lo que nuestro excelente bote llevaba casi la mitad de su banda de sotavento bajo el agua. Al amanecer entramos en un mar tranquilo, y, con menos viento y mejor tiempo nos dirigimos a puerto del Hambre. La mar calma nos permitió encender fuego y cocinar una comida, asunto no sin importancia, ya que no habíamos comido nada desde las seis de la mañana anterior.

Durante nuestra ausencia el Sr. Graves había levantado bahía Lomas, y, después de su regreso, el Sr. Ainsworth había atravesado el Estrecho con el serení y el cúter para levantar puerto San Antonio. Llevaban provisiones para cinco días; el serení estaba tripulado por la tripulación de mi bote, y el cúter por voluntarios; pero aunque no habían regresado, no sentí preocupación por su seguridad, estando seguro que el Sr. Ainsworth no correría el riesgo de cruzar el Estrecho durante el mal tiempo. El estado tormentoso de los siguientes dos días, sin embargo, nos inquietó, y en la mañana del tercer día, cuando el viento había amainado mucho, mirábamos con preocupación por su regreso. En la tarde el cúter regresó, pero ¡ay! con la triste información de la pérdida del Sr. Ainsworth, y dos marineros, ahogados por el volcamiento del serení. Uno de estos últimos era mi excelente patrón, John Corkhill. Los restantes tripulantes del serení fueron solo liberados de ahogarse por el tenaz esfuerzo de los del cúter.

El Sr. Ainsworth, ansioso por regresar al buque, pensó muy poco en las dificultades y peligro de cruzar el Estrecho durante un tiempo inestable. Zarpó de puerto San Antonio a la vela, y , mientras estuvo al amparo de tierra, lo hizo muy bien; pero tan pronto como llegaron a mar abierto, ambos el viento y la mar aumentaron tanto que el serení estuvo en gran preligro, aunque solo navegada con poca vela.

La gente en el cúter estaba mirando con preocupación sus laboriosos movimientos, ¡cuando desapareció! Se apresuraron hacia el punto – salvando a tres hombres; pero los otros dos se habían hundido. Pobre Ainsworth estaba todavía aferrado de la borda del serení cuando sus compañeros se aproximaron raudos; pero se soltó por el cansancio extremo, y como estaba vestido con mucha ropa, se hundió de su vista para no levantarse más.

Había estado alentado a los tripulantes que se ahogaban, y tratando de salvar a sus compañeros, hasta en que sus manos se relajaronJusto antes que Ainsworth se hundiera, el Sr. Hodgskin se soltó, exlamando “¡Ainsworth, sálvame!” cuando, agotado como estaba, con una mano rescató a su amigo, y , inmediatamente después, sus fuerzas fallaron y se hundió.

Esta adición de tres personas al ya cargado cúter, hizo su carga más delicada, por lo tanto el Sr: Williams, que estaba al mando, muy prudentemente se dirigió al primer lugar conveniente de desembarco y felizmente consiguió llegar a la única parte de la playa, entre bahía Lomas y cabo Valentín, donde un bote podía varar.

A la mañana siguiente, siendo el clima más favorable, cruzaron a vela hacia bahía Aguafresca, y luego remaron hasta puerto del Hambre.

Este triste desastre fue muy sentido por todos. Ainsworth era un oficial meritorio, y muy estimado. Corkhill era el jefe del castillo y había servido en los viajes polares de Sir Edward Parry. El domingo siguiente, la bandera fue izada a media asta y el servicio del funeral se leyó después de las oraciones de la mañana, pues aunque recuperar sus cuerpos era imposible, su tumba en el fondo del mar estaba delante nuestros ojos; y la ejecución de este último y triste deber fue una satisfacción melancólica.

“Nuestras son las lágrimas, aunque pocas, sinceramente derramadas,
cuando el océano amortaja y sepulta nuestra muerte”

Una lápida se erigió posteriormente, en punta Santa Ana, como testimonio de este fatal accidente.