martes, 25 de octubre de 2011

Volumen I Capítulo VIII (Enero - Abril 1828 ) Páginas 118 a 132



Encontramos que el cúter había sido quemado – Ansiedad por el “Beagle” - El lobero “Uxbridge” - El “Beagle” llega – Su crucero – La roca Bellaco – San Julián – Santa Cruz – Gallegos – "Adeona" – La muerte del teniente Sholl – Zarpe del “Adelaide” - Supuesto canal San Sebastián – Bahía Inútil – Nativos – Puerto San Antonio – Colibríes – Fueguinos – Zarpe del “Beagle” - Sarmiento – Roldán – Pond – Ballenas – Estructura – Paisaje – Puerto Gallant.

Puerto del Hambre presentaba señales evidentes de haber sido visitado durante nuestra ausencia por los indios, ya que un gran incendio, al parecer reciente, había acabado con el pasto, y quemado los árboles de punta Santa Ana, especialmente en la parte donde nuestra embarcación había sido ocultada tan cuidadosamente. Ansioso por saber si se había salvado del incendio, no perdí tiempo en dirigirme hacia el lugar, inmediatamente después que el “Adventure” fondeó, y encontré, tal como nuestros temores lo habían anticipado, que este había sido completamente destruído, apenas quedaban vestigios de su madera, y la mayoría de sus herrajes habían sido sacados, por lo que, sin duda, los indios le habían prendido fuego.

Los cobertizos del tonelero y del armero, que habían sido construidos con esfuerzo, también habían sido consumidos en su totalidad, y toda cosa portátil había sido llevada. Aquellas cosas que no eran de utilidad para ellos fueron rotas o quemadas, pero algunas de nuestras estacas de la estación del punto Santa Ana fueron dejadas intactas, como también la lápida eregida en memoria del Sr. Ainsworth y los tripulantes de su embarcación; lo cual era singular, porque estaba afirmada con aros de hierro – de gran valor, ante sus ojos.

El último invierno, parecía haber sido más suave que el precedente, ya que en el último enero, el monte Sarmiento y los cerros hacia el sur, sobre bahía Fitton, estaban tan cubiertos de nieve, que ni una partícula de roca podía ser vista; pero este año eran visibles muchos espacios pelados. Todo lo demás, sin embargo, indicaba una mala remporada, ya que las matas de calafate y los arbustos de madroño tenían apenas alguna muestra de fruta, lo que era más bien una desilusión, ya que las bayas de la primera planta demostró ser un agradable agregado a nuestros alimentos el año pasado. Sin embargo, no había escasez de aves, y con la red de cerco obtuvimos muchos peces.

La larga e inesperada ausencia del “Beagle” nos causó mucha inquietud, y cierto temor por su seguridad. Su visita a puerto Deseado no debería haberle tomado más tres días, y su mejor velamen debería haberle permitido al comandante Stokes reunirse con nosotros en la entrada del Estrecho. Se envió gente diariamente a mirar por él, y cada día que pasaba aumentaba nuestra ansiedad.

Una larga sucesión de tiempo con viento y lluvioso nos impidió avanzar con el “Adelaide”; pero el “Hope” fue arriado, y preparado para el servicio.

Antes del amanecer del 14 fui informado que el “Beagle” había sido visto en el horizonte. Se encendieron luces azules, e inmediatamente se mostraron faroles para guiarlo hacia el fondeadero, pero nuestra decepción fue grande cuando el avistamiento resultó ser la goleta del Sr. W. Low, el “Uxbridge”. Había estado cazando lobos desde noviembre en la vecindad de isla Noir, cerca de la entrada exterior del canal Bárbara, y se dirigía a cabo Gregorio para reunirse con su hermano mayor, que había estado recolectando aceite de elefante marino en las Shetland del Sur. El “Uxbridge” había entrado al Estrecho desde el Pacífico, por el “Canal” Magdalena, el cual el año anterior habíamos pensado que era un seno, y que habíamos tratado de explorar con el “Hope”, pero habíamos sido engañados por el abrupto cambio de dirección del canal en el cabo Turn.

Por fin (el 28), después que la ausencia del “Beagle” se había prolongado por más de un mes del tiempo previsto, nos sentimos aliviados de esta dolorosa ansiedad, y nos alegramos mucho, cuando el Sr. Tarn nos informó que él recién lo había avistado, y dos horas después arribó.

El comandante Stokes, para mi gran sorpresa, me contó que había estado levantando toda la costa entre puerto Deseado y el cabo Vírgenes, y que los últimos diez días había estado detenido en Río Gallegos por fuertes temporales de viento. Había sondado alrededor, y establecido la posición de la roca Bellaco, o bajo San Esteban, la existencia del cual había estado por tanto tiempo en duda. Había visitado y levantado parcialmente los puertos San Julián y Santa Cruz, además de bahía Coy, y había hecho casi un levantamiento completo de Río Gallegos, que resultó ser un río grande y rápido, en cuya entrada se forma un espacioso puerto: en lugar de estar bloqueado por un montículo de guijarros de cuatro o cinco pies sobre el nivel del mar, y teniendo tan poca corriente como para que escapara de la atención del Sr. Wedell mientras caminaba a lo largo de la playa ( Viajes de Wedell). El cabo Buen Tiempo es tan notable, y está tan bien ubicado en la carta, que el Sr. Wedell, en su búsqueda del río, debe haberse engañado muchísimo a sí mismo. Diría que debe haber confundido el barranco descrito en mi anterior visita, ya que es la única parte que concuerda con su descripción: no podía ser bahía Coy, porque esa entrada, aunque de menor importancia, tiene una amplia comunicación en bote con el mar.

El comandante Stokes describe la marea en el fondeadero, dentro de la boca del Gallegos, como tirando a una razón de cinco nudos, y subiendo cuarenta y seis pies. Por el informe del Sr. Wedell, él estuvo a punto de pasar sin investigarlo, pero como el tiempo estaba muy bueno, decidió ir en su bote y esclarecer la verdad de esa descripción. Pronto fue evidente que el río era grande, y, regresando a su buque, no perdió tiempo en fondearlo dentro de la entrada, donde soportó un fuerte vendaval del SO.

El “Beagle” dejó Gallegos el 23, y llegó a puerto del Hambre el 28, una travesía muy corta, ya que permaneció una noche y gran parte del día en bahía Gregorio, para comunicarse con los nativos. Cuando se aproximaba a la Primera Angostura, el comandante Stokes vio un bergantín, aparentemente al ancla, en cabo Orange, y suponiendo que o había encontrado un buen fondeadero, o estaba en peligro, gobernó hacia él. Antes de que había llegado a dos millas de él, el “beagle” tocó fondo, pero por suerte logró salir del peligro, porque estaban casi en la plea, y si se hubiesen mantenido encallados durante la corriente, las consecuencias podrían haber sido graves – por lo menos, no habrían podido salir sin haber aligerado la nave de manera considerable. El bergatín resultó ser el “Adeona” (la nave del Sr. Low) en ruta para encontrarse con el “Uxbridge”. Al intentar entrar a la angostura, encalló en los bancos de arena, y quedó en seco. A la siguiente marea volvió a flotar, y estaba a punto de continuar la navegación, cuando el “Beagle” apareció. El comandante Stokes al encontrar que el “Adeona” no había recibido daño, procedió a bahía Gregorio.

Por la llegada del “Beagle” nos informamos de la muerte del teniente Robert H. Sholl, después de una enfermedad de diez días. Sus restos fueron enterrados en el puerto San Julián, donde se erigió un lápida en su memoria.

La muerte de este excelente joven fue sinceramente lamentada por todos sus amigos, y por nadie más que yo. Fue nombrado para la expedición, como guardiamarina, únicamente a causa de su gran carácter.

Durante nuestro viaje desde Inglaterra, llamó la atención lo útil que fue salvando el cargamento de un buque, que estaba varado en Port Praya; y a nuestra llegada a Río de Janeiro, el Comandante en Jefe lo nombró para llenar una vacante de teniente a bordo del “Beagle”, un nombramiento que, hasta el momento de su lamentable muerte, él llenó con celo encomiable y más. (No puedo dejar de anotar aquí la conducta considerada del Comandante en Jefe (Sir George Eyre) con respecto a este nombramiento. Por el tenor de mis instrucciones el “Adventure” y el “Beagle” fueron colocados bajo las órdenes del almirante; y la vacante, si hubiese querido ejercer su prerrogativa, podría haber sido ocupada por uno de sus propios seguidores. Fue, sin embargo, dada, a petición mía, al Sr. Sholl, por estar más familiarizado con el servicio que ningún otro guardiamarina del buque insignia. La conducta del almirante, en esta ocasión, llamó por mi más sincero agradecimiento).

El 1 de marzo fuimos sorprendido por la aparición de tres europeos caminando alrededor de punta Santa Ana. Se envió una embarcación por ellos, encontrando que eran desertores del “Uxbridge”, que habían venido para enrolarse como voluntarios en nuestros buques.

Al día siguiente llegaron el “Adeona” y el “Uxbridge”, en su viaje hacia puerto San Antonio, a hervir su aceite; pero les recomendé Bougainville, o (como los loberos lo llaman) puerto de Jack, como más conveniente para su propósito, y más seguro de las tormentas, como también de las molestas visitas de los nativos.

Sobre mi ofrecimiento de devolverle los tres desertores del “Uxbridge”, el Sr. Low me pidió que los mantuviera, y otro, también, que estaba ansioso por unirse al “Adventure”, a lo que yo accedí, ya que el “Adelaide” necesitaba hombres.
Pocos días después del zarpe del Sr. Low, regresó en una ballenera para pedir ayuda para reparar el timón del “Uxbridge”. Con nuestra ayuda pronto fue hecho utilizable, y fue capaz de proseguir su viaje, que de otro modo no podría haber continuado.

El “Adelaide” estuvo listo para la mar: su primer servicio iba a ser un examen del canal San Sebastián, el cual, por su delineación en las cartas antiguas, parecía penetrar en la gran isla del este de Tierra del Fuego. En el viaje de los Nodales (en el año 1618), fue descubierta una abertura en la costa este, que suponía ser la boca de un canal, que se comunicaba con el estrecho de Magallanes. Después de describir la costa al sur del cabo Espíritu Santo, el diario del viaje dice: “Encontramos, en el canal de San Sebastián, veinte brazas de fondo limpio. La costa norte es una playa de arena blanca, de cinco leguas de extensión, que se estira desde la tierra alta que termina en el cabo Espíritu Santo, dándole a esta costa la apariencia de una profunda bahía; pero, pero en un enfoque más cercano, se observa una extensión saliente de costa baja. El extremo sur de esta playa baja es una punta arenosa, alrededor de la cual el canal sigue; la boca es de una legua y media de ancho. La costa sur es más alta que la tierra hacia el norte, y en el medio de la bahía la profundidad es desde quince a veinte brazas de fondo limpio, y de buena calidad; pero desde medio canal hacia la costa sur el fondo es pedregoso, y el agua, de poca profundidad, siendo solo seis y siete brazas. Así que el canal se muestra, y continúa, hasta tan lejos como pudimos ver, del mismo ancho. Parecía ser un gran mar. La latitud observada fue 53° 16' “. ( Relación del viaje, etc., que hicieron los capitanes B.G. de Nodales y Gonzalo de Nodales, p. 59).

Del informe de más arriba, y de la carta que lo acompaña, en la cual esta entrada es hecha comunicar con el estrecho de Magallanes que comienza rodeando el cabo Monmouth, procedía nuestro conocimiento del supuesto canal San Sebastián. Que hay una profunda bahía, en latitud 53° 16' , no solo aparece en el informe de los Nodales, quienes estuvieron dentro de los cabos, aunque parece que no entraron más allá del fondo rocoso del lado sur de la entrada; sino que también de los informes de las naves que últimamente lo han visto; y de uno de los capitanes que fue desalentado de entrar, por la impresionante nota en nuestras cartas que es “solo navegable por naves pequeñas”, por lo cual él conjeturó que las corrientes serían muy fuertes, y el canal ocasionalmente angosto, como también con bancos de arena.

Sarmiento, Narborough, Byron, Wallis, Bougainville y Córdova, separadamente informaron de una abertura, que se supone correspondería a este canal, a saber, que entre los cabos Monmouth y Valentín; pero como el propósito de esos viajeros era hacer la navegación a través del Estrecho conocido, explorar esta abertura era, con toda probabilidad, considerada una pérdida de tiempo; y, por lo tanto era supuesto que el canal existía, lo que debemos concluir por la destacada figuración que tiene en las cartas de la Tierra del Fuego.

Si hubiese habido conocimiento que proporcionara alguna comunicación con el mar, seguramente Sarmiento y Narborough, como también los Nodales, que navegaron el Estrecho de oeste a este, habrían sido inducidos de intentar pasar através; y evitar los peligros, como también las dificultades, de los canales hacia el norte.

Ansioso de esclarecer esta interrogante, le ordené al comandante Stokes que procediera a levantar las costas oeste, entre el Estrecho de Magallanes y la latitud 47° sur, o la mayor parte de esas peligrosas y expuestas costas que él pudiese investigar, con los medios que disponía, y yo zarpé, en el “Adelaide”, a explorar el supuesto canal San Sebastián. Al comandante Stokes se le dio toda la autoridad discrecional para actuar a su antojo, en beneficio del servicio; pero tenía órdenes estrictas de regresar a puerto del Hambre por el 24 de julio, cuando esperaba mover el “Adventure” a otra parte del Estrecho, y volver a comenzar las operaciones con los primeros días de la primavera, si el invierno no hubiese sido apto para nuestro trabajo.

Habiendo cruzado al sur de punta Boquerón, nos dirigimos, el 13 de marzo, hacia el NE (en cuya dirección se extendía la abertura), a no mucha distancia de la costa norte; detrás de la cual la tierra parecía elevarse gradualmente hasta la cima de una gran cadena de meseta, que terminaba cerca la Primera Angostura, parecida a la que se encuentra en las inmediaciones de cabo Gregorio. Estaba habitada; porque aquí y allá observamos el humo de fogatas, quizás deseando invitarnos a que desembarcáramos.

El lado sur de la abertura parecía (después de formar una pequeña bahía en cabo Nose) extenderse en dirección paralela a la costa norte de la bahía, por tres o cuatro leguas, donde descendía bajo el horizonte. Ninguna orilla tenía alguna abertura o ensenada en su linea costera, del porte suficiente para proteger siquiera un bote; por lo que una nave atrapada aquí, con un temporal del suroeste, habría tenida poca posibilidad de escapar; a menos que existiera un canal, el cual, por la quietud del agua y la completa ausencia de corriente, teníamos muy poca esperanza. Las sondas variaban entre veinte y treinta brazas, y el fondo parecía ser de conchas, probablemente cubriendo un sustrato de arcilla o arena. Al detenernos, apareció un pequeño pedazo rocoso, que parecía el término de la costa norte, y nuevamente nos entusiasmamos con la expectativa de encontrar un paso; pero en menos de media hora después, la bahía se vio claramente que estaba cerrada por tierras bajas, y el pedazo rocoso resultó ser una masa aislada de roca, cerca de dos millas hacia el interior. Como todas las personas a bordo estuvieron satiesfechas de la no existencia de algún canal, viramos para regresar, y por demarcaciones al monte Tarn, cruzadas con ángulos al monte Graves, el pico Nose, y cerro Boqueron, nuestra posición, y el tamaño de esta bahía, fue determinada. Como no permitía ni fondeadero ni refugio, ni ninguna otra ventaja para el navegante, la llamamos bahía Inútil. Estaba demasiado expuesta a los vientos predominantes para permitirnos desembarcar para inspeccionar el terreno, y sus productos, o para comunicarnos con los indios, y como no había mucha probabilidad de encontrar algo de carácter novedoso, no perdimos tiempo en retirarnos de un lugar tan expuesto. A la cuadra del cabo Boqueron la corredera de patente marcaba que habíamos navegado veintiseis millas, precisamente la misma distancia que nos había dado en la mañana; de modo que desde las cinco de la mañana hasta las diez, y desde las diez hasta las cuatro de la tarde, no habíamos experimentado la más minima corriente, lo cual por si mismo es un hecho confirmatorio de la no existencia de un canal.

Dado que las fogatas de los nativos en esta parte se habían visto a cierta distancia de la playa, parecía que ellos obtienen su subsistencia de la caza en lugar de la pesca, y como hay guanacos en la costa sur de la Primera Angostura, es probable que los hábitos de las personas se parezcan a los de los patagones, en lugar de los fueguinos; pero como no tienen caballos, la caza de tan asustadizos y rápidos animales como son los guanacos debe ser fatigosa y muy precaria. (Falkner describe a los indios que habitan las islas del este de la Tierra del Fuego, ser “Yacana-cunnees”, y como él designa a los que habitan las costas patagónicas del Estrecho con el mismo nombre, se podría deducir que son de la misma raza, pero sin embargo debieron estar estrechamente conectados antiguamente, ciertamente no lo son ahora, porque María (la patagona) hablaba con desprecio de ellos, y rechazaba su alianza, llamándolos “zapallios”, que significa esclavos).

Sarmiento es la única persona de la que se tiene noticia que se ha comunicado con los nativos de los alrededores de cabo Monmouth. Él los llama en su informe una raza grande (Gente grande). Ahí fue donde él fue atacado por los indios, a los que rechazó, y uno de los cuales hizo prisionero.

Permanecimos una noche en puerto del Hambre, y nuevamente zarpamos en el “Adelaide” a estudiar algunas de las partes occidentales del Estrecho.

El mal tiempo nos forzó ingresar a puerto San Antonio; del cual Códova da tan favorable informe, que fuimos sorprendidos al encontralo chico e inconveniente, aún para el “Adelaide”.

Lo describe como un puerto de una milla y media de largo, y tres cuartos de milla de ancho; nosostros encontramos el largo una milla un cuarto, y el ancho medio apenas de un cuarto de milla. No posee ni una ventaja lo que no es común en casi todos los otros puertos y caletas en el Estrecho, y para una nave, o velero con aparejo en cruz de cualquier tipo, es a la vez difícil para entrar, y peligroso para salir. Además de las desventajas locales de puerto San Antonio, el tiempo en él rara vez es bueno, incluso cuando el día está bueno en otra parte. Se encuentra en la base de la cordillera de Lomas, la cual se eleva casi perpendicularmente hasta la altura de tres mil pies, frente al gran canal occidental del Estrecho, por lo cual recibe sobre su fría superficie los vientos del oeste, y está cubierta por el vapor, que se condensa de ellos, mientras en todas las otrs partes el sol puede estar brillando intensamente.

Este puerto está formado por un canal, de un cuarto de milla de ancho, que separa dos islas de la costa. El mejor fondeadero está fuera de una pintoresca pequeña bahía de la isla sur, que está densamente arbolada hasta la orilla del agua con calafates ( Berberis ilicifolia – Banks y Solander MSS), fucsia, y verónica, que crecen hasta la altura de veinte pies; sobrepasados y protegidos por grandes hayas, y canelos, arraigados bajo una espesa alfombra musgosa, a través de la cual serpentea una angosta huella india entre madroños y matas de grosellas, rodeada de troncos postrados de árboles muertos que se dirige hacia el lado del mar de la isla. En la playa, justo entre los arbustos, y al abrigo de una gran y amplia mata de fucsia, en plena floración, se levantaban dos wigwams indígenas, los cuales, aparentemente, no habían sido habitados desde la visita del pobre Ainsworth. Había ocupado estos mismos wigwams por dos días, los habían cubierto con velas de la embarcación; y restos de las filásticas que las amarraban aún estaban allí: un melancólico recuerdo.

En ninguna parte del Estrecho encontramos una vegetación tan exuberante como en esta pequeña caleta. Algunos de los árboles de canelo y matas de grosellas tenían brotes de más de cinco pies de largo, y muchos de los árboles de canelo tenían dos pies de diámetro. La verónica (creo V. decussata) crece en las partes protegidas hasta una altura de veinte pies, con tallos de seis pulgadas de diámetro. Fue encontrada también en abundancia en el lado de barlovento de la isla, y de gran tamaño, arraigada en la parte lavada de la playa, y expuesta a toda la fuerza de los vientos fríos y tormentas de granizo, que se precipitan en el ancho occidental que llega del Estrecho.

La fucsia también crece hasta un tamaño grande; pero es una planta más delicada que la verónica, y sólo crece en lugares protegidos. Muchas tenían seis pulgadas de diámetro; los tallos de las dos últimas plantas fueron utilizados por nosotros, durante nuestra estadía, como combustible.

Al día siguiente de nuestra llegada, el temporal disminuyó, y en verdad el tiempo se hizo muy bueno. La quietud del aire podía ser imaginada, cuando el gorjeo de los colibríes y el zumbido de las abejas grandes, era escuchado a una distancia considerable. Un colibrí había sido visto en puerto Gallant el último año, y fue traído a mí por el comandante Stokes, desde esa fecha ninguno había sido vuelto a ver. Aquí, sin embargo, vimos, y cazamos varios; pero de una sola especie. (El ejemplar que fue encontrado en puerto Gallant fue enviado por mí al Sr. Vigors, quien lo consideró, aunque bien conocido por los ornitólogos, que no había sido nombrado hasta ahora, y lo describe en el Zoological Journal – vol.iii.p.432, agosto 1827 – como Mellisuga Kingii. Poco después el Sr. Lesson lo publicó en su Manual de Ornitología – vol.ii.p.80 – como Ornismya sephanoides, como un descubrimiento perteneciente al viaje de La Coquille, en las ilustraciones del cual aparece en la hoja 31.1 Creo más bien, sin embargo, que es Trochilus galeritus – Molina, i.275). Es el mismo que el encontrado en la costa occidental, hasta tan arriba como Lima, de manera que tiene un rango de 41° de latitud, siendo el límite sur 53 1/2°, si no más al sur.

Los islotes, en la parte norte del puerto, estaban bien surtidos con gansos y otras aves, que le proporcionaron a nuestra gente comidas frescas. Los patos a vapor fueron difíciles de cazar, debido a su excesiva cautela, y poder permanecer, por un largo período de tiempo, bajo el agua.

Nuestro buen tiempo duró unas pocas horas, y ( lo que no es un hecho inusual en estas regiones) fue sucedido por una semana de lluvia y viento, durante los cuales estuvimos confinados al pequeño espacio del “Adelaide”; y algunos días tuvimos fondeadas tres anclas, debido a las muy violentas ráfagas. El termómetro Farenheith variaba entre treinta y seis y cuarenta y seis grados, y tuvimos varias tormentas de nieve, pero la nieve no se quedaba en las tierras bajas.

El 28 el temporal comenzó a disminuir, y hubo un cambio para mejor, pero fuimos nuevamente frustrados, y no fue hasta el 31 que pudimos efectuar nuestro zarpe de este triste y limitado pequeño espacio.

El día anterior a nuestro zarpe, tres canoas, conteniendo en total dieciseis personas, de las cuales sólo seis eran hombres, atracaron a nuestro costado.

Por aproximadamente una hora habían dudado en acercarse; pero una vez cerca de nosotros, fue necesario una muy pequeña invitación para persuadirlo de subir a bordo. Uno estaba vestido con una camistea, la cual fue reconocida por uno de nuestra gente, que se nos había unido desde el “Uxbridge”, como haber sido dada a ellos unas pocas semanas antes, cuando el velero pasó a través de canal Magdalena; otro llevaba una camisa de franela roja, y en la canoa vimos una pica de abordaje europea, pintada de verde, y una parte de los herrajes del cúter, quemado en puerto del Hambre durante nuestra ausencia; también algunos vestigios de la embarcación en la que el Sr. Ainsworth se ahogó, estas últimas habían sido encontradas sin duda tiradas en la playa. Ante nuestra pregunta de cómo habían llegado a posesionarse de los herrajes, apuntaron hacia puerto del Hambre; y no tengo duda que ellos estuvieron involucrados en el incendio; pero como como no podíamos explicarles el daño que habían ocasionado, pensé que era mejor no darnos cuenta del asunto, y los artículos se los devolvimos. Podrían no haber tenido idea de que nosotros éramos los dueños de la embarcación, o habrían ocultado todo lo que les pertenecía.

Se comportaron muy tranquilamente durante su permanencia a bordo, con la excepción de uno, que trató de sacar un pañuelo de mi bolsillo, al trasgesor se le ordenó abandonar el buque, y no hubo más intentos de robar. Deseaban ir bajo cubierta, pero esto no estaba permitido, porque el olor de sus personas grasientas era apenas tolerable, incluso al aire libre. En cuanto a la comida, velas de sebo, galletas, carne de res, budín, les gustaban por igual, y se lo tragaban vorazmente. Uno de ellos fue sorprendido sacando el sebo del extremo de la plomada de un escandallo y comérselo, aunque estaba mezclado con arena y mugre.

Antes del atardecer sus canaos fueron enviadas a tierra a preparar los wigwams, operación durante la cual tres de los hombres permanecieron a bordo; y tan pronto como los preparativos estuvieron hechos llamaron a una canoa y se fueron a la orilla. Obtuvimos varias lanzas, canastas, collares, arcos y flechas en el trueque, pero parecía que tenían muy pocas pieles. Quizás las que tenían estaban escondidas en los arbustos, porque ellos no querían desprenderse de ellas.

Una mujer estaba cubierta con un manto de guanaco; otra sólo llevaba una piel de lobo sobre su espalda y hombros, la cual, mientras se ponían en cuclillas en la canoa, era suficiente para cubrir su persona. Otra tenía una raya negra debajo de la nariz, pero era la única mujer entre ellos que estaba pintada así.

A la mañana siguiente los indios nos visitaron con surtido fresco de arcos y flechas, en la fabricación de los cuales habían pasado evidentemente la noche, ya que todos eran totalmente nuevos, los arcos eran de madera verde, y las flechas no tenían siquiera punta. Ellos encontraron, sin embargo, una venta fácil. Uno del grupo era el hombre que había sido echado del barco la tarde anterior, por haber registrado mi bolsillo, pero estaba pintarrajeado con un pigmento blancuzco para engañarnos, y probablemente habría escapado de ser descubierto, si no hubiese por la inusual fealdad de su persona, la que no era fácil disfrazar. Él se desconcertó por nuestro reconocimiento; y nuestra negativa de trocar con él lo hizo enojar y malhumorar.

Las mujeres habían pintarrajeado sus caras por todas partes con ocre rojo brillante, para agregar a su belleza, sin duda.

Zarpamos del puerto por el paso del norte, y cruzamos el Estrecho, fondeando en bahía San Nicolás. El Sr. Graves fue a puerto Bougainville, para comunicarse con el “Adeona”, y llevar cartas mías para el teniente Wickham. Trajo de vuelta un informe de que todo estaba bien en puerto del Hambre, y que el “Beagle” había zarpado el 17.

Cuando dejamos puerto del Hambre mi intención era examinar el canal Magdalena; pero, en cuanto dejamos bahía San Nicolás (1 de abril), el tiempo era tan favorable para proceder hacia el oeste, que cambié mi decisión y gobernamos rodeando el cabo Froward para llegar a puerto Gallant, de donde, con un viento oeste, podrímos efectuar más fácilmente el levantamiento de la costa al regresar. Una brisa del este nos llevó cerca del cabo Holland, dentro de la bahía Wood, donde fondeamos, y obtuvimos una demarcación del monte Sarmiento, el cual, estando claro de nubes, era un llamativo, y espléndido objeto; ya que los rayos de la puesta de sol, brillaban sobre las proyecciones de las crestas nevadas de su lado occidental , lo que le daba la apariencia de una masa de oro rayado. Había estado a la vista todo el día, como también la tarde anterior, cuando se tomaron demarcaciones desde el islote en bahía San Nicolás.

El día siguiente estuvo tan calmo que solamente alcanzamos un fondeadero en caleta Bradley, en el lado oeste de bahía Bell, de los cuales se hizo un plano; un extensivo conjunto de demarcaciones fue también tomado en la punta oeste de la bahía, evidentemente la que Sarmiento llamó Tinquichisgua (Sarmiento, p.213). La llamativa montaña en la parte trasera de la bahía, en el lado sur-este, es particularmente mencionada por él, y, de acuerdo con su opinión, es la “Campana de Roldan” de Magallanes ( Este monte es el que llaman las relaciones antiguas la Campana de Roldan. - Sarmiento). Entre la caleta Bradley y la punta Tinquichisgua hay dos caletas, sobre las cuales una alta montaña de dos picos forma un objeto visible en cuanto se dobla el cabo Froward; y que fueron nombrados en homenaje al Sr. Pond, el fallecido Astrónomo Real.

Mientras estábamos en punta Tinquichisgua fuimos descubiertos por algunos nativos hacia el oeste, quienes de inmediato abordaron sus canoas, y remaron hacia nosotros; pero, como no teníamos armas en la embarcación, no creí prudente esperar su llegada; y por lo tanto, después de tomar los ángulos necesarios, nos embarcamos y regresamos al “Adelaide”, levantado las caletas al pie del monte Pond en nuestro camino. No vimos más a los indios hasta la mañana siguiente, cuando, zarpábamos de la bahía, hicieron su aparición, pero no nos comunicamos con ellos. Eran tan ruidosos como de costumbre, y apuntaban hacia la orilla, invitándonos a desembarcar. Uno de ellos, que se puso de pie en la canoa mientras pasábamos, estaba adornado en torno del pelo y el cuerpo con plumas blancas.

En esta parte del Estrecho abundan las ballenas, los lobos de mar, y los delfines. Mientras estábamos en la caleta Bradley, observamos la notable aparición del agua arrojada en chorro por las ballenas; colgaba en el aire como una nube plateada brillante, que era visible a simple vista, a una distancia de cuatro millas, durante un minuto y treinta y cinco segundos antes de desaparecer.

Una mirada a la carta de esta parte del Estrecho mostrará la diferencia de la estructura geológica de las costas opuestas. La costa norte, desde el cabo Froward a puerto Gallant, forma una linea recta, con apenas una proyección o un seno, pero en el lado opuesto hay una sucesión de entradas, rodeadas por montañas cortadas a pico, que están separadas por barrancos. La costa norte es de pizarra. Pero la otra es principalmente de jade, y sus montañas, en lugar de levantarse en picos agudos, y crestas estrechas dentadas, son generalmente de cumbres redondeadas. La vegetación en ambos lados es casi igual de abundante, pero los árboles de la costa sur son mucho más pequeños. El haya de hojas lisas (Fagus betuloides) y el canelo son los árboles principales, pero aquí y allá se observó un árbol pequeño, como un ciprés, que no crece hacia el este excepto en los lados del monte Tarn, en los que sólo alcanza una altura de tres o cuatro pies.

El paisaje de esta parte del Estrecho, en lugar de ser como lo describe Córdova, “horrible”, es en esta estación extremadamente impresionante y pintoresco. Las montañas más altas sin duda están desnudas de vegetación, pero sus afilados picos y cumbres cubiertas de nieve ofrecen un agradable contraste con las colinas más bajas, densamente cubiertas con árboles que llegan hasta el borde del agua, las cuales están rodeadas por masas de roca desnuda, salpicada de helechos y musgos, y respaldadas por el rico follaje verde oscuro de los arbustos de calafate y madroños, con hayas, aquí y allá, que recién comienzan a adquirir su tonos otoñales.

Al maniobrar en la estrecha entrada de puerto Gallant, la goleta encalló sobre un banco que se extiende fuera de la desembocadura del río; pero el agua estaba totalmente lisa, por lo que no causó daño. Como una ensenada segura, puerto Gallant es la mejor del estrecho de Magallanes, desde la quietud de sus aguas, es un dique seco perfecto, hasta su ubicación que es inapreciable. Hay numerosas calas tan seguras y convenientes una vez que se ha entrado, pero la inclinación predominante de las costas, así como la gran profundidad del agua, son obstáculos de la mayor importancia. Aquí, sin embargo, es una excepción; el fondo es uniforme, y la profundidad moderada; además, la bahía Fortescue, muy cerca, es una excelente rada o lugar de espera, para esperar una oportunidad de entrar.

Para la reparación de un buque, puerto del Hambre es más conveniente, teniendo en cuenta la cantidad y el tamaño de la madera bien curada que yace sobre la playa, y también por lo despejado del terreno. En puerto Gallant los árboles son muy mal desarrollados y no aptos para uso inmediato, mientras que la costa, como es el caso en casi todas las caletas al oeste del cabo Froward, están totalmente cubiertas de arbustos y matorrales hasta la marca de la alta marea, de modo que no hay posibilidad de caminar fácilmente hasta cualquier distancia de la orilla del mar. Una playa de guijarros o arena, de veinte o treinta yardas de largo, surge ocasionalmente, pero es apenas preferible a la cubierta del velero, para una caminata.







miércoles, 5 de octubre de 2011

Volumen I Capítulo VII (Sept. 1827 - Enero 1828) Páginas 106 a 117



Dejamos Río de Janeiro – Santos – Santa Catarina – Montevideo – Compra de la goleta “Adelaide”, como embarcación auxiliar del “Adventure” - Dejamos Montevideo – El “Beagle” va a puerto Deseado – Bajos en cabo Blanco – Roca Bellaco – Cabo Vírgenes – Bahía Posesión – Primera Angostura – Corriente – Bahía Gregorio – Vista – Tumba – Intercambio con los nativos – Encuentro cordial – María va a bordo – Nativos ebrios – Bahía Laredo – Puerto del Hambre.

Estuvimos listos para reanudar nuestro viaje a principios de septiembre (1827); pero no habiendo recibido ninguna comunicación por el paquebote, del almirantazgo, relacionada con la compra de una goleta, decidí aguardar la llegada del siguiente, a principios de octubre. Nuevamente fui frustrado, y de muy mala gana zarpé de Río de Janeiro, el 16, hacia Montevideo; pero como aún podía beneficiarme de las órdenes que estaba seguro vendrían en el siguiente paquebote, decidí recalar en Santos, y Santa Catarina, para observaciones cronométricas, dejando al “Beagle” en espera de las cartas que transportaban la decisión de su Alteza Real el Lord High Admiral.

Llegamos a Santos el 18, y estuvimos ahí hasta el 28. En este intervalo hice una corta visita a San Pablo, con el propósito de hacer observaciones barométricas. (Durante nuestra navegación de Santos a Santa Catarina, atrapamos un “delfín” - Coryphena- las fauces del cual las encontramos llenas de conchas, de Argonauta tuberculosa, y todas contenían el Octopus Ocythoe que había sido siempre encontrado como su habitante. La mayoría de los especímenes habían sido comprimidos en el estrecho paso hacia el estómago, pero los más pequeños estaban bastante perfectos, y habían sido tragados recientemente lo que me permitió conservar varios de diferentes tamaños conteniendo el animal. En algunos de ellos estaba pegado un nido de huevos, los cuales estaban depositados entre el animal y la aguja. Las conchas varían de tamaño entre dos tercios de una pulgada hasta dos y medio pulgadas de largo; cada una conteniendo un pulpo, la masa y forma del cual estaba completamente adaptada a la de la concha, que parecía como si la concha aumentaba con el crecimiento del animal. Cuando tantos naturalistas estudiosos tienen diferencias tanto sobre el material como el carácter de los habitantes del argonauta, sería presuntuoso de mi parte expresar siquiera una opinión; por lo que sólo menciono el hecho, y afirmo que en ningún especimen parecía haber cualquiera conección entre el animal y la concha.). En Santa Caterina permanecimos ocho días, y durante el intervalo necesario para establecer la marcha de los cronómetros, obtuve observaciones magnéticas.

Después de un pesado viaje de diecinueve días desde Santa Catarina, arribé a Montevideo, y allí recibí la información que el permiso largo tiempo deseado del Lord High Admiral, para conseguir una embarcación auxiliar, había sido obtenido. En consecuencia compré una goleta, la cual denominé “Adelaide”, y nombré al teniente Graves al mando. Cinco meses adicionales de provisiones para ambas naves fueron compradas, y embarcadas, y el 23 de diciembre, después de subir por el río para completar nuestra aguada, zarpamos por la entrada sur, pasando al oeste del banco Arquímedes, y proseguimos sin más detención hacia el sur.

El 1° de enero (en latitud 43° 17' y longitud 61° 9'), fui informado de que estábamos cerca de una roca. Trás subir a cubierta, vi la cosa; pero en muy corto tiempo me di cuenta que era una ballena muerta, sobre cuyo cuerpo medio podrido grandes bandadas de pájaros se estaban alimentando. Muchos a bordo estaban, sin embargo, escépticos, hasta, que nos pusimos a sotavento, el fuerte olor dio fé de la realidad. Su apariencia sin duda era muy parecida a la cima de una roca café obscura , cubierta de algas y percebes, y el sin número de pájaros que la rodeaban se sumaban al engaño. Se podía, sin embargo, distinguirla por su boyantez; ya que el agua no rompía sobre ella, como por supuesto habría sido si hubiese sido un cuerpo fijo. Este es probablemente el origen de la mitad de los “vigías” que se encuentran en las cartas. Las ballenas, cuando chocan con los pesqueros, frecuentemente escapan y fallecen; el cuerpo entonces flota sobre la superficie del mar, hasta que se descompone o es comido por aves y peces. Un velero pequeño que choque contra tal masa, probablemte sería seriamente dañado; y en la noche, el cuerpo, por su boyantez y el mar que no rompe contra él, no sería facilmente visto.

El 4, estando cerca de cien millas al NE de cabo Blanco, me comuniqué con el comandante Stokes, y le di indicaciones de dirigirse a puerto Deseado para observaciones cronométricas, y luego seguirme inmediatamente hasta el cabo Buen Tiempo o al cabo Vírgenes. Durante la noche tuvimos viento muy ligero, de modo que el “Beagle” avanzó muy poco. En la tarde, el cabo Blanco, una larga cresta con su cumbre horizontal, la tuvimos a la vista, del cual se dan buenas vistas en el viaje de Lord Anson. Navegamos hacia la tierra, y a las seis estábamos en dieciocho brazas, la colina rocosa en la extremidad del cabo se demarcaba S 10° E a trece millas; a las siete, la misma colina estaba a seis y media millas demarcándola al S 3° E, cuando observamos una línea de agua ondulante, que se extendía desde el este hasta tan lejos como podíamos ver en el horizonte sur. La profundidad era diecisiete brazas, pero a medida que avanzábamos gradualmente disminuyó a doce y diez, y pronto después a siete brazas, cuando el “Beagle” fue visto disparando sus cañones; pero si ellos estaban tratando de advertirnos de un peligro, o era una señal de su propio apuro, no lo pudimos establecer, por lo que viré hacia el viento para atravesarlo donde las ondulaciones parecían menos violentas. Cuando las pasamos no tuvimos menos de siete brazas, y entonces aumentó a doce y quince brazas. Ahora dispusimos de tiempo para ocuparnos del “Beagle”, y pronto vimos que sus señales fueron sólo para advertirnos, ya que había reanudado su navegación con todo el velamen posible.

Después de gobernar cuatro millas hacia el SE , nuevamente nos encontramos en medio de ondulaciones, en la que el agua disminuyó a seis brazas. Como ahora estaba obscuro, y no sabiendo como proseguir, disminuimos el velamen y ceñimos, por si el buque encallara lo hiciera con menos fuerza; pero felizmente pasamos sin ninguna nueva disminución de las sondas. Al pasar las ondulaciones, el “Adelaide”, que estaba bien estibado, se comportó bien.

El comodoro Byron pasó sobre estos bancos, los cuales describe como situados a una mayor distancia de la costa: fue para evadirlos que pasamos tan cerca de la tierra.

Durante la tarde siguiente hubo un rocío muy abundante, el infalible pronóstico del viento norte; el horizonte, también, estaba muy brumoso, y el agua totalmente en calma. No estábamos a más de diez millas de la costa, aunque la tierra estaba completamente distorsionada en aspecto por el espejismo.

A la mañana siguiente estábamos muy cerca de la posición atribuida al Bellaco, o banco San Esteban, la existencia del cual se ha dudado mucho. Fue descubierto por los Nodales, en el diario de su viaje está descrito así: “A las cinco, o más tarde en la noche, descubrimos una roca bañada por el mar (Una baxa que lababa la mar en ella) cerca de cinco leguas de la costa, más o menos. Es una roca muy angañosa (Es muy bellaco baxo), porque está bajo el agua, sobre la cual, con buen tiempo y calma, la mar rompe. Sondamos cerca de ella y encontramos veintiseis brazas con fondo rocoso. Su latitud es 48°1/2, de acuerdo a nuestra observación del mediodía, y el rumbo y distancia que desde entonce habíamos recorrido”. (Nodales, p.48).

El difunto don Felipe Bauza, uno de los acompañantes de Malespina, me informó, que en el viaje de la “Descubierta” y la “Atrevida”, sus botes fueron enviados a buscarlo, pero no tuvieron éxito.

Al mediodía estábamos en latitud 48° 40', longitud 66° 6' , profundidad cuarenta y dos brazas, pero sin ningún signo del Bellaco. Prosiguinedo la navegación, la costa fue vista en los alrededores de Beachy Head (llamado así por su parecido con el bien conocido promontorio). Posteriormente, el cabo Buen Tiempo fue avistado, y el 10 el cabo Vírgines, el cual lo pasamos en la tarde, y , media hora después, rodeando Dungenes, entramos de nuevo al estrecho de Magallanes, y fondeamos cerca de la costa norte.

En bahía Posesión estuvimos detenidos varios días, a pesar de que repetidos intentos de cruzar la Primera Angostura fueron hechos ansiosamente.

Una tarde, las nubes se cerraron y el tiempo adquirió tal apariencia amenazante, que esperé ser obligado a hacerme a la mar; pero para nuestra sorpresa, cuando la masa nubosa parecía a punto de explotar sobre nosotros con un diluvio de lluvia, de repente se desvaneció, y fue sucedida por una noche maravillosamente clara y tranquila. Esta favorable apariencia nos dio esperanzas que seríamos capaces de hacer una buena entrada al día siguiente, pero llegó un temporal, que nos mantuvo en nuestro fondeadero.

Temprano el 14 hicimos otro intento infructuoso de pasar la Primera Angostura. Como el “Adelaide” navegaba por nuestra popa, el teniente Graves me informó que había perdido un ancla, y que le había quedado solo una, por lo que había tenido que doblar su cable cadena; y que había embarcado mucha agua intentando ceñir, que estaba a punto de pedir permiso para cambiar su rumbo cuando nosotros desistimos del intento. Sopló muy fuerte para darle alguna ayuda al “Adelaide”, pero a la mañana siguiente cuando el tiempo estuvo más moderado, aproveché una oportunidad para enviarle nuestros dos anclotes; y en la tarde lo abastecimos de algo de agua y otras necesidades básicas, de modo que quedó comparativamente bien, y mi inquietud acerca de su información más aliviado.

Fogatas en el lado de los fueguinos habían sido mantenidas desde nuestra llegada, pero no pudimos distinguir ningún habitante; en las costas de los patagones vimos una gran cantidad de guanacos pastando tranquilamente, una prueba que no había indios cerca de ellos.

El 16, el tiempo pareció favorable, nuestra ancla fue izada, y, con el “Adelaide”, pronto entramos al canal de la Angostura, continuamos rápidamente, aunque el viento soplaba fuerte en contra nuestra. La marea nos llevó a un fondeadero, cerca de cuatro millas más allá de la entrada occidental, y era la estoa cuando dejamos caer el ancla; pero, tan pronto como cambió la corriente, nos encontramos en el medio de una “fuerte corriente”, y durante la marea máxima, el agua rompía furiosamente sobre la nave. En la estoa pudimos ponernos en movimiento, pero el “Adelaide” no fue capaz (por la fuerza de la marea) de levar su ancla, siendo obligada a largar el cable: fue afortunada que nosostros le hubiésemos pasado nuestros anclotes, o se habría quedado sin ancla. La noche fue tempestuosa, y aunque alcanzamos un sitio mucho más tranquilo, la “Adelaide” abatió considerablemente, si hubiese permanecido en el fondeadero de la mañana, para salvar su ancla y cable, probablemente nunca la habríamos visto de nuevo.

La mañana siguiente, después de hacer bordadas hacia barlovento, ambas naves fondearon en bahía Gregorio. No había indios en la vecindad, o habríamos visto sus fogatas. En la tarde el viento disminuyó, y como había todas las apariencias de buen tiempo, me quedé para levantar la costa.

En la cumbre del terreno, cerca de media milla al norte del extremo del cabo, mientras el teniente Graves y yo estábamos tomando demarcaciones y haciendo observaciones, dos guanacos se acercaron y se pusieron a relinchar hacia nosotros; la observación, sin embargo, era más importante, y como no fueron alterados, se quedaron mirándonos por algunos minutos antes de que se alarmaran y se dieran a la fuga.

El teniente Wickham y el Sr. Tarn hicieron una excursión a la cima de Table Land, previamente descrita como que se extiende desde las tierras bajas detrás de la Segunda Angostura hacia el NE, en dirección a monte Aymond, y su fatigoso caminar fue recompensado ampliamente, con el termómetro en 81°, por una magnífica vista: el cabo Posesión hacia el este, y hacia el sur las montañas cercanas al monte Tarn, distante ochenta millas, que se distinguía claramente. La vista hacia el oeste, se extendía sobre una gran extensión de llanuras herbosas, que estaban limitadas por altas cadenas de montañas cubiertas de nieve; pero hacia el norte estaba interceptada por otra cumbre de la montaña sobre la cual se encontraban. El terreno sobre el que pasaron estaba cubierto de pasto corto, a través del cual ocasionalmente sobresalía una masa de granito. No observaron ni árboles ni arbustos, exceptuando unas pocas plantas herbáceas y calafate; un ganso, algunos patos, serpientes y chorlitos fueron cazados; y guanacos fueron vistos a la distancia, pero no avestruces, y no encontraron indios. Grandes fogatas fueron, sin embargo, encendidas en ambas orillas del Estrecho, en respuesta a las fogatas que ellos hicieron para cocinar. Como consecuencia de que aquellas en la costa patagónica aparecían muy cerca de nosotros, esperábamos la visita de los nativos antes del anochecer, pero nadie hizo su aparición.

A la mañana siguiente, el Sr. Graves me acompañó en un bote a una estación tres millas dentro de la Segunda Angostura en el lado norte, y en nuestro camino descubrimos que la estructura geológica de los acantilados es una roca arcillosa descompuesta, dispuesta en capas, muy deformada por la acción violenta del agua, y dispersada en direcciones verticales e inclinadas en láminas muy delgadas.

Estos acantilados son de unos cien pies de altura, el suelo un aluvión arenoso, de carácter estéril, escasamente cubierto con una hierba fuerte y mal desarrollada, y aquí y allá arbustos de calafate, cargados de fruta madura, la cual, debido a la pobreza del suelo, era desabrida y seca; la tierra estaba también, en muchas partes, invadida en grandes extenciones con un insípido arándano, que apenas valía la molestia de recoger.

Seguimos através de la tierra, con el fin de examinar el lugar donde los indios estaban viviendo en nuestra última visita, y la tumba que entonces habían erigido. La hierba había crecido, y borrado las huellas de los pies, pero la tumba no había sufrido ulterior alteración que la del tiempo podía haberla afectado. Encontramos que el lugar había sido recientemente visitado por los nativos, porque a pocas yardas de la entrada estaban esparcidas las cenizas de una gran fogata, conteniendo rastros de las decoraciones antiguas de la tumba, y el extremo de una de las astas de bandera, con la esquina sin quemar de una de las banderas. Entre las cenizas, también, encontramos huesos calcinados; pero si eran humanos o no, no lo pudimos determinar.

El descubrimiento de los huesos nos impresionó con la idea que el cuerpo había sido quemado, lo que me decidió examinar la tumba. Los arbustos que llenaban la entrada parecían estar colocados exactamente como cuando los vimos la primera vez, y en verdad toda la pila parecía haber permanecido sin alteración; pero no había vestigios de los adornos de latón, o de las efigies de los caballos.

Habiendo realizado una apertura en los arbustos, encontramos en el interior una envoltura, echa de pieles de caballo. Habiendo cortado dos hoyos opuestos uno al otro, para la admisión de luz, no vimos nada excepto dos hileras paralelas de piedras, tres en cada fila, probablemente concebidas como andas para el cuerpo o una cubierta para la tumba; pero la tierra alrededor y entre ellas no tenían apariencia de haber sido removida para un entierro. ( Falkner dice, en su informe de las ceremonias fúnebres de los patagones del sur – que, después de un cierto intervalo, los cuerpos son sacados de la tumba, y son hechos esqueletos por las mujeres – la carne y las entrañas son quemadas. Es posible que en este caso, el cuerpo haya sido tratado así, y que el fuego cerca de él fue con el propósito de quemar la carne, y quizás con ella todas las bandera y los ornamentos de la tumba). Como esperábamos que los indios llegarían de un momento a otro ( el lugar está en linea recta en su trayecto hacia los buques), y estábamos poco dispuestos de hacerles saber que habíamos perturbado el santuario de sus muertos, restauramos la apriencia anterior de la tumba; lo que fue muy afortunado que hiciéramos así, pués tres mujeres a caballo, cargando a sus hijos en cunas , con una cantidad de pieles , provisiones y otras mercaderías, evidentemente los precursores de la tribu, hicieron su aparición, e inmediatamente comenzaron a levantar sus carpas.

Cuando fuimos nuevamente a tierra encontramos que habían llegado varios indios, y dividido en tres grupos, con mantos, plumas de avestruz, pieles, y trozos de carne de guanaco expuestos para vender.

Como la carne parecía fresca, es probable que , cuando nos vieron, las mujeres fueron enviadas a colocar los toldos, mientras los hombres partían a buscar carne de guanaco, pués sabían de nuestra predilección por esta excelente comida. Cuando desembarcamos, comenzó un activo trueque.

Por la prisa y avidez mostrada en la oferta de sus productos, y cerrar los negocios, parecía que ellos estaban ansiosos de monopolizar nuestros artículos de trueque antes que el resto de su grupo, o tribu llegaran. Un anciano intentó hacer trampa; pero mi prohibición de todo posterior tráfico con él lo hizo entender el significado de su error, y yo entonces le regalé un poco de tabaco y le permití comerciar, lo cual él después, hizo con alegría y honestidad.

Uno del grupo era el jefe fueguino, a quien antes lo había visto, como un escuálido, hombre de pobre aspecto; pero él ahora había aumentado a las dimensiones de los patagones, por una dieta mejorada y un modo de vida más alegre. El asomo de mal tiempo nos obligó a suspender el trueque y regresar a bordo. Después que habíamos alcanzado el buque, llegaron sucesivos grupos de la tribu, y organizaron el campamento. Entre ellos, montada en su caballo blanco, estaba María, quién, debidamente escoltada, se paseó en la playa para intentar nuestro reconocimiento. En el centro del campamento, una gran bandera suspendida de un palo era una señal para nosotros, mostrándonos la ubicación de su toldo.

La mañana siguiente fue de buen tiempo, desembarcamos cerca del campamento, y fuimos muy cordialmente recibidos. María fue particularmente atenta, y me abrazó estrechamente, mientras sus compañeros cantaban a coro una canción de alegría por nuestra llegada.

Cuando llegamos a su toldo, extendieron una esterilla para que me sentara. María y su familia se pusieron delante de mí, mientras el resto se sentaba alrededor. Casi la primera pregunta fue interrogándome por mi hijo Phillip, a quien ellos llamaban Felipe (él era muy preferido entre ellos), y dos o tres pieles me fueron dadas para él. Luego preguntaron por nuestro piloto del viaje anterior, y se decepcionaron mucho al saber que había dejado el buque. Después de una breve conversación le devolví las dos bolsas (que de mala gana tuve que llevarme en nuestra última visita), habiéndolas llenado con harina y azúcar, y luego procedí a entregarle nuestros regalos. A medida que cada artículo era entregado en sus manos, ella repetía, en español, “pagaré por esto”, pero cuando le entregué un freno para su caballo, un estallido general de admiración lo siguió, y fue mostrado alrededor de la carpa, mientras cada individuo, cuando lo tenía al frente, lo miraba, y pienso que ansiaba ser su poseedor.

María entonces comenzó a considerar qué retribución adecuada podría hacerme. El resultado fue, el regalo de dos mantos, uno nuevo, de piel de guanaco y el otro bien gastado, de piel de zorillo, además de dos o tres pieles de puma. Luego sacó un pedazo de papel, cuidadosamente envuelto en tela, que contenía una carta, o memorandum, dejado por el Sr. Low, capitán del lobero “Uxbridge”, dirigida a cualquier capitán que navegara el Estrecho, informándole “de la amistosa disposición de los indios, y recalcando la necesidad de tratarlos bien, y no engañarlos; porque tenían buena memoria, y podrían ofenderse seriamente”.

El consejo, sin duda, era bueno, pero creo que el temor de perder las ventajas y comodidades derivadas del tráfico los inducirían a reprimir su resentimiento.

No traje licores; por lo cual, después de un corto tiempo, María preguntó, quejándose de que ella estaba muy enferma, y que le dolían los ojos, y que desde hacía un tiempo no había tenido nada más que agua para beber, y madera para fumar. Su enfermedad era evidentemente fingida, pero sus ojos parecían estar muy inflamados; y no era de extrañar, ya que la parte de arriba de su cara estaba untada con un pigmento rojo ocre, incluso hasta el mismo borde de los párpados: de hecho, toda la tribu se había adornado de la misma manera, en elogio, supongo, de nuestra visita.

Mientras me preparaba para regresar a bordo, La importunidad de María me indujo a permitir que ella me acopañara; tras lo cual comenzó a reunir todas sus bolsas vacías, mantos viejos, y pieles, y, asistida por su marido, su cuñado, su esposa e hija, se subieron a la embarcación. Mientras iban a bordo, la rociada lavó los rostros pintados de nuestros visitantes, con mucho pesar de su parte.

En cuanto llegamos a la nave, ordené que fueran entretenidos con carne y galleta, de lo cual ellos comieron con mucha moderación, pero tuvieron cuidado de poner lo que quedaba dentro de sus bolsas. Algunos licores y agua, también, que pensé que serían despachados pronto, y los cuales habían sido abundantemente diluidos para evitar que se achisparan, lo vaciaron en botellas para llevarlos a tierra “para la noche”, cuando, como María dijo, estarían “muy borrachos”.

Entre varias cosas mostradas para entretenerlos había una caja de tabaco musical; la cual la había conseguido con el propósito expreso de excitar su asombro; pero me sorprendió encontrar, que una flauta les produjo diez veces más efecto sobre sus sentidos. Esta indiferencia por los sonidos musicales no podría haberla sospechado, porque ellos frecuentemente cantan, aunque de una manera monótona.

Tan pronto como su comida hubo concluido, el grupo, excepto María y las niñas, iniciaron el trueque de sus mantos y pieles, y, cuando sus existencias se agotaron, habían acumulado una gran cantidad de galletas, y un montón de varias baratijas, algunas de las cuales habían intentado de conseguir por hurto. Estaban tan contentos, que no fue sino con mucha dificultad que pudimos convencerlos de bajar a tierra. María había decidido pasar la noche a bordo, y todos estaban tan deseosos de quedarse, que fue sólo dándole a María dos botellas con licor (que había sido bien diluido) lo que los persuadió de embarcarse, y acompañarme a tierra. Estando con la marea a favor, y en la baja, la embarcación varó a una distancia considerable de la playa, viendo esto, algunos indios cabalgaron dentro del agua, nos subieron al anca, y nos llevaron hasta el campamento, mi lugar estaba detrás de María, el olor del manto de piel de zorrillo era apenas soportable, pero fue necesario disimular el disgusto de nuestros compañeros tanto como fue posible, ya que son muy sensibles, y se ofenden fácilmente.

Mientras esperábamos por la marea, fuimos testigos de la escena de la borrachera en el toldo de María. Quince personas, sentadas alrededor de ella, compartían el licor que ella había obtenido a bordo, hasta que todos estuvieron ebrios. Algunos gritaban, otros reían, algunos estaban embrutecidos por el alcohol, y algunos rugían. El alboroto atrajo a todos los otros indios alrededor de la carpa, quienes dieron su ayuda para calmar a sus amigos, y nosostros regresamos al buque. Cuando los visitamos al día siguiente, estaban bastante recuperados, y nos dieron un poco de carne de guanaco, que había sido traída esa mañana. Cuando le comuniqué mi intención de continuar el viaje, María quiso saber cuando terminaría nuestra “temporada de matar lobos” y volveríamos. Le dije que “en cinco lunas”, a lo que ella intentó de persuadirme de regresar en cuatro, porque entonces ella tendría un montón de pieles para cambiar.

Le escribí unas pocas lineas al comandante Stokes, quien, esperaba, llegaría en uno o dos días, comunicándole mi deseo que debería seguir, tan pronto como le fuera posible, a puerto del Hambre, y le encargué el cuidado de esta a María, quien se comprometió entregársela a él, y luego, despidiéndome de ella y sus compañeros, me embarqué, y continuamos a través de la Segunda Angostura hasta un fondeadero en cabo Negro.

Nuestra visita a bahía Gregorio, y la comunicación con los indios, nos proporcionaron muchas piezas que aumentaron nuestra colección zoológica; entre ellas estuvo un gato montés, que parecía ser, el Felis pájaros según la descipción de la Enciclopedia Metódica ( el “Gato de la pampa” de D'Azara). María me dío una piedra bezoar muy grande, que fue sacada del estómago de un guanaco. Es usada con fines medicinales por los indios, como un remedio para dolencias del instestino.

Mientras estuvimos fondeados en cabo Negro, el Sr. Tarn y el Sr. Wickham visitaron el lago ubicado al fondo de bahía Laredo, y vieron dos cisnes, los cuales, por el color de su plumaje, parecieron ser cisnes de cuello negro del Río de la Plata y de las islas Falkland (Dom Pernetty, ii, p. 148). Trajeron a bordo con ellos una nueva especie de pato, el cual está descrito en los informes de la Sociedad Zoológica como el Anas specularis (Nob.), y un pequeño animal de madriguera, de la familia de las ratas, que, por las características de sus dientes, es probablemente de un género hasta ahora no conocido: se aproxima mucho al Helamys de F. Cuvier.

Luego fondeamos en puerto del Hambre, donde las carpas, etc. fueron vueltos a colocar en sus lugares anteriores, la nave fue desarbolada y trincada para el invierno, y toda la tripulación puesta a trabajar, en la preparación del “Adelaide” para el servicio.