miércoles, 18 de enero de 2012

Volumen I Capítulo XII ( Diciembre 1828 – Agosto 1829) Páginas 189 a 211



El Adventure zarpa de Río de Janeiro al Río de la Plata – Gorriti – Maldonado – Un pampero extraordinario – Pérdidas del Beagle – Llega el Ganges – Otro pampero – Remonta el río por agua dulce– Temporal, y el consiguiente atraso – Zarpa de Montevideo – Nos separamos de nuestros consortes – Puerto Deseado – Roca Tower – Esqueletos – Bahía Oso Marino – Fuego – Guanacos – Ensenada puerto Deseado – Tumbas indígenas – Se separan las naves – El comandante Foster Chanticleer – Cabo de Hornos – Pico Kater – Zarpa de la caleta Saint Martin – Homenaje al comandante Foster – Valparaíso – Santiago – Pinto – Cordilleras – Chiloé – Aldunate.

El Adventure zarpó de Río de Janeiro el 27 de diciembre de 1828, dejando al Beagle para que completara sus reparaciones, y lo siguiera al Río de la Plata. El día antes de nuestra llegada a Maldonado, fuimos adelantados por el comandante en jefe, a bordo del HMS Ganges; y entramos al río en compañía. El Ganges se dirigió a Montevideo; pero nosotros fuimos a bahía Maldonado, donde había decidido esperar al Beagle.

Desde nuestra última visita a este lugar, la isla de Gorriti había sido ocupada por las tropas brasileñas, quienes, antes de irse, prendieron fuego a los edificios, y destruyeron todo lo que era de madera. Como uno de los objetivos de mi estadía era obtener observaciones para la latitud y la longitud, levantamos nuestro observatorio portátil, y colocamos un instrumento de altura azimutal .

El 30 de enero, después de un tiempo intensamente caluroso y sofocante, experimentamos un muy fuerte 'pampero' . Fue precedido por una caída del barómetro a 29,50, y un muy fuerte viento del NO, el cual repentinamente roló al SO, cuando el pampero cayó sobre nosotros. Nuestro buque y las embarcaciones afortunadamente escaparon sin ningún mal efecto de la violencia de ráfagas, las que eran tan fuertes como para poner al primero, que se encontraba anclado, sobre su costado, pero en tierra nuestra carpa fue derribada, y un bote que había sido construido recientemente, con su pintura aun fresca, en la isla de Gorriti, fue completamente destruido. La parte sobre las bancadas, apartada del fondo del bote, y llevada, por la violencia del viento, unas doscientas yardas a lo largo de la playa. Un bote, también, en la orilla opuesta, fue hecho añicos. Cuando la tempestad comenzó, uno de nuestros de botes venía desde la isla; el oficial estaba totalmente inconsciente del huracán que se aproximaba, y como estaba sobrecargado de gente, estuve muy intranquilo hasta que las ráfagas pasaron, y observé que se encontraba varado en la orilla opuesta, muchas yardas sobre la marca de la marea alta, a cuya posición había sido llevado por la fuerza del viento. La violencia de este pampero, durante los veinte minutos que duró, fue terrible. Antiguos habitantes de Maldonado declararon, que no habían experimentado nada igual en los últimos veinte años. La rociada fue llevada por el viento arremolinado, amenazando la completa destrucción de todo lo que se le oponía. En menos de media hora había disminuido a un vendaval fuerte del SO, que duró toda la noche.

Justo antes que comenzara el pampero, L'Arethuse, fragata francesa, fue vista sobre la punta de tierra con todo su velamen desplegado; pero al no verla cuando el temporal pasó, nos alarmamos mucho por su seguridad. Con la luz del día, sin embargo, del día siguiente, la vimos fondeada cerca de isla Lobos, y cerca de ella estaba nuestro consorte, el Beagle, de cuya aproximación no habíamos sabido nada, pero que parecía estar fondeado bien, con sus masteleros trincados, y a sotavento de la isla. L'Arethuse viró su cable en la tarde, y se hizo a la mar.

El 1 de febrero el viento disminuyó, y permitió al Beagle unirse a nosotros, cuando nos enteramos que había estado a punto de zozobrar por el pampero; y había sufrido una pérdida considerable de velas y mástiles, además de daños en sus botes. Ambos masteleros, la botavara del foque, con todas las vergas pequeñas habían volado, y su foque y velachos, aunque aferrados, habían sido despedazados. El buque estuvo peligrosamente escorado durante un tiempo, pero el dejar ir ambas anclas lo adrizó llevando su proa hacia el viento, lo cual evitó la necesidad de haber cortado los mástiles bajos. Para aumentar su mala suerte, dos hombres fueron barridos por sobre la borda, desde lo alto, y se ahogaron.

Estas severas pérdidas causaron una considerable detención; pero, afortunadamente llegó el Ganges, y prestó toda la ayuda en la reparación y reposición de los daños del Beagle.

En la noche del 2 de febrero experimentamos otro pampero muy fuerte, durante el cual uno de los botes del Beagle, varado en la playa, fue reducido a pedazos. El barómetro había caído previamente a 29,39.

El 9 de febrero, fuimos a Montevideo, y el 17 subimos por el lado norte del río en búsqueda de agua dulce, pero no la encontramos dulce hasta que estuvimos a cuatro millas del cabo “Jesús María”. En nuestro regreso el viento estaba en contra, por lo que tuvimos que navegar de bolina, y haciendo ello el Adelaide varó, pero sin recibir ningún daño. Fondeamos dos veces en nuestra travesía, y, en el segundo fondeo (Desde donde demarcamos el Monte – de Montevideo – al N 11° O, y a una distancia de ocho leguas.), experimentamos un fuerte vendaval del oeste. Al tratar de virar cuando comenzó, nuestro molinete fue muy dañado, ya que tuvimos que virar ciento diez brazas de cable; y el Beagle, ciento cincuenta brazas. Debido a la mar gruesa de ola corta, en la cual el Adelaide metía su bauprés y popa en forma alternativa bajo el agua, una de sus embarcaciones fue llevada por el oleaje. Esta pérdida que no podíamos soportar, ya que estábamos con tres botes menos que los que necesitábamos ; y como el Adelaide había sufrido seriamente, al perder su mastelero y el palo que continúa del baupŕes, tuvimos obligatoriamente que regresar, de mala gana, después que la tempestad amainó, a Montevideo; de donde finalmente zarpamos el 1 de marzo. El 5 un temporal del SSE nos separó de nuestros consortes, nuestro rumbo, por lo tanto, fue dirigido al primer lugar de reunión, puerto Deseado.

Cuando estábamos a la altura del cabo Blanco, las tierras altas de Espinosa, en el interior, se distinguían claramente a una distancia de sesenta millas, y probablemente podrían verse veinte millas más allá, de modo que su altura debe ser, por lo menos, cuatro mil pies. Esta cordillera es de forma irregular, y tiene varias cimas puntiagudas, muy diferentes a las características general de esta costa, donde las alturas son aplanadas, o de una linea ondulada, por lo que supuse que la roca era de carácter diferente a los cerros de pórfido comunes por aquí.

Al fondear en puerto Deseado (14), encontramos que el Beagle había llegado, pero que no se había encontrado con el Adelaide. La tarde siguiente desembarqué para examinar Tower Rock, una cosa muy llamativa, en el lado sur de este puerto, que tiene la apariencia de un enorme árbol muerto con sus ramas podadas. En nuestro camino hacia allá pasamos por una llanura ondulada, compuesta por un suelo arenoso ligero, que está sobre una base rocosa, que en muchas partes sobresalía. El suelo era tan pobre, como que producía solamente unas matas de pasto, y aquí y allá unos extendidos arbustos de calafate, o piccoli, un arbusto leñoso enano, que es muy apreciado como leña por los loberos que frecuentan esta costa. Sir John Narborough, al describir este lugar, dice: “El suelo es de grava y arenoso, con matas de hierba seca que crecen en ella”, y continúa: “desde lo alto de las colinas pude ver mucho tierra adentro, los que son todos montes y quebradas, como Cornwall, penoso caminar para aquellos que no están acostumbrados.”

Tower Rock es evidentemente los restos de lo que fue probablemente una considerable masa rocosa, que ha sido o bien parcialmente destruida por alguna convulsión, o, más probablemente, ha sido erosionada por el efecto del tiempo. Al igual que todos los restos de alrededor, es de grano fino de color rojo pórfido de piedra de arcilla, muy descompuesta, pero muy dura, y difícil de romper. ( Muestras de esta roca fueron depositadas en el museo de la Geological Society, Nos. 3 y 3-1).

Se mantiene erguido en la cima de un montículo o un montón de piedras rotas, de todos los tamaños, algunas son bloques muy grandes, de unas diez a veinte, o treinta toneladas de peso. Es de aproximadamente unos cuarenta pies de alto, y doce de diámetro, que tiene su parte superior partida, como si fuera, desde un tercio hasta la mitad, lo que le da un parecido a una rama bifurcada de un árbol inmenso. Está cubierto de musgos y líquenes, y, por su forma peculiar y ubicación destacada, es un objeto muy notable.

Cerca de él vimos rastros de una visita indígena, entre los cuales una calavera de un caballo. Por lo estéril del suelo y la ausencia de agua dulce, es probable que sea muy poco frecuentado por ellos. Puerto Deseado es conocido por ser el lugar en que Schouten, el navegante holandés, ¡ dice haber encontrado esqueletos que medían once a doce pies de largo!

El comandante Fitz Roy me informó que no había visto al Adelaide desde que nos separamos. El Beagle había perdido otro bote en la tormenta; el undécimo que había perdido la expedición desde que salió de Inglaterra. Como el Adelaide no aparecía, decidí continuar con el Adventure a bahía Oso Marino, unas pocas millas al sur de puerto Deseado, para esperar su llegada con el Beagle. Mientras estábamos dentro de la bahía, fuimos entretenidos por la persecución de novedosa descripción: observamos a un guanaco siguiendo a un zorro, el que tenía mucha dificultad en mantener a su perseguidor a distancia. Como el guanaco no es carnívoro, debe haber sido de juguetón; Reynard, sin embargo por su velocidad, y ansiedad de escapar, no parecía pensar que era una diversión. Cómo terminó la persecución no lo vimos, ya que desaparecieron en un valle.

Mientras la nave estaba siendo atracada, desembarqué a examinar unos pozos cercanos a la punta exterior, de los cuales se decía que se podía obtener algunos toneles de agua buena. Encontré unos hoyos profundos en la roca sólida, donde llegaba la rociada del fuerte oleaje, y lo suficientemente grandes para contener doscientos galones de agua; pero sólo en uno había agua dulce, el mar había roto y entrado en los otros, y, por supuesto, estropeado su contenido. Ellos recibían la lluvia de las quebradas, y mucho dependían de los veleros loberos que frecuentaban esta costa.

La bahía Oso Marino fue descubierta en el viaje de los Nodales en el año 1618; ellos describen el lugar, pero le dan, como se merece, un muy pobre carácter. “El puerto”, ellos dicen, “para una corta estadía, no es malo, dado que tiene una buena profundidad del agua y el fondo es limpio; pero por otra parte no posee nada que haga valer la pena para que una nave lo visite, ya que no tiene ni madera ni agua, que son lo que las naves más requieren.” Los Nodales la llamaron la bahía “León Marino”, por la gran cantidad de leones marinos (Phoca jubata) que encontraron en la isla Pingüino. Por qué ha sido cambiado a bahía Oso Marino no lo pude determinar.

En una de las excursiones del Sr. Tarn por el territorio, observó una vela en lontananza, la cual pensó que era una ballenera; y suponiendo que podría estar en peligro, si no era una del Adelaide, encendió un fuego para atraer su atención. Como el pasto estaba muy seco, ardió violentamente, y se extendió rápidamente alrededor, aunque sin el temor emocionante de que nos pudiese hacer algún daño; pero a la mañana siguiente las llamas se observaban en la cima de las colinas, detrás del valle en que nuestra carpa había sido instalada, se envió una embarcación para salvarla, y sacar los instrumentos. Nuestros hombres recién habían dejado la nave, cuando, fueron abanicados por una brisa de tierra que se levantó con el sol, las llamas volaron con rapidez, descendiendo por el valle y antes que el bote llegara a la costa, habían consumido hasta el último vestigio de la carpa y varios artículos de menor importancia. El sextante y el horizonte artificial, que estaban en el suelo, escaparon de la destrucción, y la aguja magnética había sido afortunadamente llevada a bordo. Antes que el fuego se consumiera , todo el territorio por unas quince o veinte millas a la redonda había sido completamente arrasado, por lo que toda esperanza de conseguir guanacos estaba destruida. Antes del incendio, el Sr. Tarn había derribado uno, pero como era joven, la res muerta sólo pesaba cien libras, y apenas valía la pena el trabajo de trasladarla quince millas; sin embargo, como una diversión para la gente, envié una grupo para traerla a bordo, y resultó suficiente para proporcionar una comida fresca para toda la tripulación.

Habíamos visto varios rebaños dentro de cuatro millas del buque antes del incendio; pero el terreno estaba tan nivelado y abierto, que estos asustadizos animales eran siempre advertidos del acercamiento de nuestra gente por sus vigilantes exploradores. Tan vigilantes y atentos es la vigilancia en su puesto, que nunca bajan la cabeza aun para comer, y es solo con la más grande astucia y cuidado que un hombre puede acercarse a la manada. La mejor manera es, permanecer disimulado cerca de los pozos de agua, y esperar que vengan a beber. Un pequeño arroyo de agua dulce escurría sobre la playa hasta la bahía, bordeado por trozos de pasto que el fuego había prescindido, donde una vez se había observado a un guanaco bebiendo, pusimos una guardia; pero si los animales estaban conscientes de ello o no , ninguno vino hasta la mañana en que zarpamos, cuando una pequeña manada se acercó al lugar sin preocuparse, por lo que no hubo duda que primero comprobaron que no había peligro.

La pequeña embarcación que el Sr. Tarn vio era un lobero, que fondeó en la bahía la mañana siguiente.

Además de los guanacos, y el zorro, antes mencionados, no vimos cuadrúpedos, aunque dos o tres tipos de conejillo de india y el puma son comunes en este vecindario. De aves, nada interesante fue visto, excepto un chorlito (¿Totanus fuscus?), ostrero (Hoematopus niger, rostro rubro, pedibus albis), y un avetoro nocturno, muy semejante a las crías del ave europea (Ver Zoological Journal, vol. IV. p. 92), pero estas tres especies habían sido encontradas previamente en puerto del Hambre. Varios lagartos fueron cazados, y puestos en conserva.

Este territorio extremadamente estéril y árido es muy desfavorable para animales de cualquiera clase. El suelo es como el ya descrito de puerto Deseado. La roca es de la misma naturaleza que la de puerto Santa Elena y puerto Deseado: piedra caliza porfídica roja. (N° 1 y 1 en el museo de la Sociedad Geológica. Una nueva especie de Solen -Solen Scalprum, nob.Journ.V.335. N° 5- fue encontrada en la playa; y un nido abovedado de Buccinum muriciforme, nob, Zool. Journal, I. c. N° 62.)

El 23 de marzo, habiendo pasado una semana desde que llegamos a puerto Deseado, mi ansiedad por la seguridad del Adelaide había aumentado mucho; especialmente porque ambos el viento y el tiempo habían sido favorables para su acercamiento a esta reunión. Por lo tanto envié al teniente Wickham por tierra a puerto Deseado para ordenarle que se nos uniera, y prosiguiera con nosotros a los otros puntos de encuentro, puerto San Julián y cabo Buen Tiempo. El teniente Wickham llegó a puerto Deseado después de una fatigosa caminata, y temprano a la mañana siguiente el Beagle entraba ciñendo en la bahía Oso Marino contra un viento muy fuerte que se había levantado, y nos había detenido. Aproveché esta oportunidad para completar las provisiones de nuestro consorte para cinco meses. El comandante Fitz Roy me informó que había aprovechado su permanencia en puerto Deseado, para subir el estuario hasta su inicio. Se extiende por treinta millas, y el agua era salada hasta su misma extremidad; pero, desde la altura de los antiguos bancos de cada lado, parecía probable que a veces podrían ser consideradas dulces. Al comienzo del río encendió una fogata, que se propagó, y pronto se unió a la que el Sr. Tarn había hecho. Su unión probablemente quemó muchas leguas cuadradas de territorio.

El 27, estábamos todavía detenidos por un ventarrón del sur. El comandante Fitz Roy me acompañó en la búsqueda de sepulturas indígenas, que se describen que están en la cima de los cerros. Encontramos los restos de dos, una de los cuales había sido recientemente afectada, pero la otra había sido abierta en un tiempo considerable.

No habían quedado vestigios de huesos. Se dice que el cadáver se extiende en dirección este oeste, en la parte superior de la cumbre más alta del cerro, y luego es cubierto con grandes piedras hasta que quede seguro contra las bestias de caza. Tiene lugar la descomposición, o la carne es consumida por animales pequeños o los insectos, sin que los huesos sean removidos, de modo que los esqueletos completo son formados. De acuerdo con Falkner, los huesos son recogidos en un período determinado, y llevados a algún cementerio general, donde los esqueletos son dejados, y adornados con todas las galas que los indígenas pueden juntar. La avidez que manifiestan por las cuentas y otras bagatelas ornamentales es, quizás, debido por el deseo de adornar los restos de sus antepasados.

La mañana siguiente dejamos la bahía Oso Marino y nos dirigimos a San Julián, fuera de la cual fondeamos por algunas horas, mientras el comandante Fitz Roy entraba al puerto para buscar al Adelaide, o algún vestigio de la visita del teniente Graves. Al no encontrar nada en el puerto, ni ningún rastro sobre la orilla, nos fuimos al cabo Buen Tiempo, y en nuestra ruta nos encontramos con el Adelaide. Después de separarse de nosotros durante el temporal en el cual todas sus velas fueron partidas, ella se fue a puerto Deseado, donde llegó primero, y, al no vernos, continuó a los otros dos lugares de reunión, y estuvo al ancla por ocho días en las afueras de cabo Buen Tiempo. Al encontrar que no estábamos allí, ella estaba regresando a puerto San Julián, cuando la encontramos.

Estando el tiempo calma, tan buena oportunidad para suministrar al Adelaide con provisiones no fue perdida, y ella fue aprovisionada para seis meses.

El 1 de abril estábamos a la cuadra del cabo Vírgenes, y nos separamos del Beagle y el Adelaide; el comandante Fitz Roy había previamente recibido mis órdenes para que continuara a través del estrecho de Magallanes, y que enviara al Adelaida a levantar los canales Magdalena y Bárbara, mientras él iba a levantar parte de la costa sur del Estrecho y el canal Jerónimo, y luego continuar, en compañía con el Adelaide, a Chiloé.

El Adventure entonces continuó a lo largo de la costa de la Tierra del Fuego hacia la isla De los Estados, con el propósito de comunicarse con el Chanticleer, u obtener alguna información de él. La reunión acordada era en puerto Año Nuevo, y el día en que había prometido estar ahí había pasado.

Estaba tan brumoso que ninguna parte de la costa de la Tierra del Fuego pudo ser vista; pero como cualquier detención podría causar un inconveniente al comandante Foster, no esperé por un tiempo mejor, y me dirigí enseguida al lugar acordado.

Cuando cruzábamos el estrecho de Le Maire, estuvimos muy cerca de ser arrastrados por la corriente, la cual, sin embargo, cambió justo a tiempo para permitirnos mantenernos en el lado norte de la isla De los Estados.

Con una fuerte y turbulenta brisa entramos a puerto Año Nuevo, y al no ver al Chanticleer, habríamos continuado navegando sin una mayor investigación, si no hubiésemos observado un claro espacio blanco en una de las islas, que estaba cerca del lugar donde le había solicitado al comandante Foster que me dejara un documento, por lo que concluí que era para llamar nuestra atención. Por lo tanto dejé caer el ancla en veinticinco brazas (la isla demarcando del N al NO ¼ O), casi en el punto donde el comandante Cook fondeó, y una embarcación fue enviada hacia la marca blanca, cerca de la cual se vio un asta de bandera, y en cuyo pie había una tarro estañado, que contenía una carta del comandante Foster, que me informaba que se había visto obligado, como consecuencia de una más larga detención aquí de la que había previsto, modificar sus programas, y me solicitaba que me reuniera con él en la caleta Saint Martin, cerca del cabo de Hornos, cerca de este día. Por lo tanto no perdimos tiempo en ponernos en camino, pero al hacerlo, quebramos un ancla. Pasamos a lo largo del cabo San Juan, y con un buen viento avanzamos rápido hacia el oeste. Al mediodía, del día siguiente, estando a setenta y cinco millas del cabo de Hornos, demarcado al O. por el S, las altas montañas en el extremo SE de Tierra del Fuego estuvieron a la vista, entre las cuales el “Pan de Azúcar” era un objeto destacado (Campana, o monte Bell – R.F.)

Por la medida angular de su altitud, y la distancia dada por la carta, su altura debe ser cercana a los cinco mil pies, y la altura media de todas las montañas vecinas de tres mil.

Un temporal del sur-oeste se levantó, y atrasó nuestra llegada al cabo de Hornos hasta el 16, cuando fondeamos a la entrada de la caleta Saint Martin y encontramos al Chanticleer amarrado dentro. Una embarcación poco después llegó con la información de bienvenida de que todos estaban bien a bordo de ella. No fuimos capaces de movernos con espías dentro de la caleta hasta el día siguiente, y al hacerlo encontramos muchas dificultades, debido a la violencia de las ráfagas, que nos obligaban repetidamente a lascar los calabrotes rápidamente, si no los habrían llevados.

El Adventure estaba amarrado en diecisiete brazas, cerca de un cable del punto verde bajo del lado sur: y el Chanticleer estaba en diez brazas cerca del comienzo de la caleta. La cumbre del cabo de Hornos estaba en linea con el punto sur de la entrada, estábamos bien rodeados de tierra, y perfectamente protegidos de todos los vientos, exceptuando los williwaws, o las ráfagas furiosas que bajaban de las tierras altas, que de repente golpeaban la nave, y la tiraban sobre su costado, pero como era de duración momentánea como repentina era su aproximación, los encontrábamos más desagradables que peligrosos.

Durante nuestra estada aquí hice el levantamiento parcial de la bahía San Francisco, que desde entonces ha sido terminada por el comandante Fitz Roy. La caleta San Joaquín, hacia el sur de caleta Saint Martin, está más expuesta que esta última, pero es de profundidades más fáciles. Estas caletas están separadas una de otra por una empinadas y escarpadas masa de cerros de jade, que en muchas partes parecen estar estratificados, con una inclinación hacia el oeste, en un ángulo de 40°. Desembarqué en el lugar, y ascendí el cerro, lo cual encontré más difícil de hacer que lo que había supuesto, toda la superficie está cubierta con ramas enanas de hayas, tan densamente enmarañadas o entrelazadas, que me vi obligado a caminar o gatear por encima. Entre ellas se veían ocasionalmente la ilicifolia berberis y verónica, esta última de tamaño muy pequeño. Otro día, el teniente Kendall, del Chanticleer, me acompañó a puerto Maxwell de Weddel, que es evidentemente la caleta Saint Bernardo de D'Arquistade (No creo que la bahía adyacente al cabo de Hornos es la que fue llamada 'San Francisco' por D'Arquistade, y, si mi suposición es correcta, puerto Maxwell no es el lugar que fue llamado caleta 'San Bernardo'. Ver el segundo volumen– R.F.). Puerto Maxwell está ubicado entre la isla Jerdán, la isla Saddle, y una tercera isla, formando un triángulo. Tiene cuatro entradas, la principal es la que está al norte de isla Jerdán, y proporciona un fondeadero aceptable en el centro, en diecinueve y veinte brazas, arena (De acuerdo con el comandante Fitz Roy el mejor fondeadero está en dieciséis brazas. (Direcciones de navegación); más cerca de las orillas de la isla las profundidades son más moderadas, pero el fondo es muy rocoso.

La cumbre de la isla Saddle, a la cual subí para tomar demarcaciones, está formada por grandes bloques de jade, en uno de los cuales el compás (Azimutal de Kater, sin pedestal) fue instalado; pero la aguja fue muy influenciada por la naturaleza ferruginosa de la roca, compuesta de cuarzo y feldespato, densamente salpicada con grandes cristales de hornblenda, que los polos de la aguja fueron colocados exactamente al revés. Entonces se hizo un experimento, tomando demarcaciones a un objeto muy distante, desde varias estaciones alrededor, cerca de cincuenta yardas de la roca magnética, cuando la diferencia máxima de los resultados ascendió a 127°. El bloque sobre el cual estuvo el compás, la primera vez, está ahora colocado visiblemente en el museo de la Sociedad Geológica. ( Nos. 268 al 271, Geo. Soc. Museum).

La isla Saddle, como las otras cercanas a ella, está revestida con una maleza baja y mal desarrollada de haya, calafate, y madroño, y el suelo está cubierto con unas especies de chamiza, y otras plantas de montaña. Mientras el Sr. Kendall y yo estuvimos ausentes de la embarcación, la tripulación capturó varios peces entre los zargazos, los que son alimentos muy delicados y sanos. Al día siguiente, mientras íbamos con el Sr. Kendell a la isla Wollaston, pasamos varias grandes ballenas, que estaban saltando y dando volteretas en el agua. Un golpe de uno de ellas habría destruido nuestro bote, por lo que estuve contento de cruzar el seno sin estar dentro de su alcance. Regresamos por el lado oeste de isla Jerdán, donde hay calas que pueden dar refugio a una embarcación pequeña.

El seno que separa la isla Wollaston de la bahía San Francisco, lo llamé así por Sir John Franklin, y a la bahía que está al este del lugar en que desembarcamos, por el teniente Kendall, quien fue uno de los compañeros de Sir John Franklin en su último viaje a la costa noroeste de América.

En el punto oeste de puerto Kendall, observé una propiedad magnética en la roca, que es del mismo carácter que la de la isla Saddle. Weddel notó lo mismo en caleta Saint Martin; pero coloqué el compás en varios lugares de esa caleta, sin observar ninguna diferencia de las demarcaciones correctas. Esto fue, quizás, debido a que la roca estaba muy cubierta con tierra; ya que, siendo del mismo carácter que las otras en los sitios antes mencionados, debería tener un efecto similar.

Al día siguiente se establecieron vendavales del SO y tiempo brumoso, que nos limitaron casi a estar en el buque. Aprovechando los cortos intervalos de tiempo más moderado, subí al pico más alto del lado sur de la caleta, justo sobre nuestro fondeadero, llevando dos barómetros, uno hecho por Englefield, y el otro un barómetro de sifón, del proyecto de M. Gay Lussac, hecho por Bunten, de Paris. Me acompañó el Sr. Harrison, haciéndose cargo de un barómetro, mientras yo llevaba el otro. Mi timonel llevaba el teodolito. Al desembarcar, los barómetros fueron puestos al borde del agua y tomada su lectura. Entonces comenzamos a subir, pero el ascenso era tan vertiginosamente empinado que nos ofreció grandes obstáculos, y si no hubiese sido por un arroyo, por cuyo lecho subimos la primera parte, el ascenso, con instrumentos delicados, habría sido casi impracticable. Habíamos subido muy poco, cuando desafortunadamente el teodolito se le escapó a mi timonel, rodando por la quebrada, y fue muy dañado. Era excelente para el tránsito de las meridianas, y para ese propósito estaba irremediablemente dañado; pero, como teodolito, era aún útil. El primer tercio del ascenso, relacionado con la instalación ofrecida por el lecho, se vio sólo dificultada por las piedras sueltas, que frecuentemente cedían a la pisada, y rodaban barranco abajo, con gran peligro de los que seguían. . Las orillas del barranco estaban saturadas de agua, y cubiertas con musgo esponjoso o enmarañadas con plantas, * (Una especie de Gunnera (Dysemore integrifolia, Banks y Solander), y la cineraria de pedúnculo verde (Cin. Leucanthema. Banks y Solander. ) que no ofrecían ayuda; si no hubiese sido por los extendidos arbustos de madroño, o verónica, y matas de junco, que crecían en las partes más empinadas, habríamos tenido más de una caída; y no obstante teníamos que pensar en cosas sin importancia como moretones y rasguños, un barómetro roto habría sido un accidente grave, y se requirió mucho cuidado para evitarlo. Tuvimos que dejar la cama del torrente, cuando estuvo llena de madera, y entonces nuestras dificultades aumentaron mucho, ya que en muchos lugares tuvimos que abrirnos paso sobre ramas densamente enmarañadas y entretejidas con ramas de los arbustos enanos de haya que frecuentemente cedían con nuestro peso, y enredaban tanto nuestras piernas, que no era fácil lograr soltarnos.

A la altura de mil pies, la vegetación se hizo mucho más mal desarrollada; encontramos plantas y arbustos de porte muy diminuto, que consistían principalmente en hayas de hoja caduca, una planta de las cuales, pienso de no más de dos pulgadas de alto, ocupaba el espacio de cuatro o cinco pies de diámetro, sus ramas se esparcían con segunda intención entre los arándanos silvestres, chamizas, coigüe, madroño y cebolleta, tan estrechamente enmarañados, como que formaban como una alfombra elástica. Para los últimos doscientos pies, caminamos sobre la roca desnuda, en la cual no se observó otra vegetación que líquenes. La cima del pico está formada por un montón de rocas sueltas de jade, en las cuales la hornblenda aparece en muchas formas variadas, una veces en grandes cristales, y nuevamente muy pequeños y diseminados, como que son apenas visibles; en la cima se vieron, en cristales muy largos, estrechos (? filiformes), y en los que predominaba el feldespato, dándoles una apariencia blanca. *(Nos 283 al 286, in Geol. Soc. Museum).

La única criatura viviente que vimos fue un solitario halcón y un insecto, de la especie Oniscus. Nada, en realidad, podría ser más desolador, y sólo tuvimos la satisfacción de una buena observación de la altura, y una excelente vista a vuelo de pájaro de las islas y canales de los alrededores, para compensarnos por el trabajo del ascenso. Alcanzada la cumbre, los barómetros fueron suspendidos a sotavento de la roca, doce pies por debajo de su cima, y luego procedimos a instalar el teodolito, el cual encontré que estaba más dañado que lo que había esperado; pero no tanto como para privarme de tomar una extensa ronda de ángulos, en la cual estaban demarcaciones a las islas Ildefonso. Estuvimos ocupados como una hora y media, lo que me permitió la oportunidad de obtener dos buenas lecturas del barómetro.

La vista hacia el NO era muy amplia, y delimitada por largas cordilleras de montañas de gran altura cubiertas de nieve, la atmósfera era notablemente clara, y todas las cosas eran inusualmente claras, Demarcaciones de las islas de Diego Ramírez, podrían haber sido tomadas, pero por la fuerza extrema del viento, que más de una vez me sacó del teodolito, y una vez en verdad me arrojó al suelo. La temperatura no era bajo los 38°; pero, debido al viento, el frío era intenso, y la rápida evaporación producía las más dolorosas sensaciones, especialmente en nuestros pies y piernas, los cuales estaban completamente mojados cuando llegamos a la cumbre.

Nuestro descenso no se efectuó en menos de una hora y veinte minutos, debido a la dificultad de atravesar los matorrales de hayas; pero llegamos a la base sin dañar los barómetros, los que fueron más afortunados de lo que esperaba. Fueron nuevamente instalados en la playa, y leídos; después de lo cual regresamos a bordo, ampliamente satisfechos y recompensados por nuestra fatiga.

La altura del pico, que, por su cercanía a la estación seleccionada por el comandante Foster para los experimentos del péndulo, no pudo recibir un nombre más apropiado que pico Kater, el que encontramos que era de 1.742 piés sobre la marca de las más alta marea. *(Los cambios de presión, durante los intervalos del ascenso y descenso, fueron obtenidos mediante el registro del barómetro del buque, lo que fue hecho por señales desde la estación en tierra, cuando las lecturas eran tomadas. Durante

Al día siguiente, después una mañana maravillosamente clara y templada, con una fresca brisa del norte, el tiempo se nubló, y el viento roló al SO soplando excesivamente fuerte, con granizos y lluvia. Las ráfagas, o williwaws, se precipitaban por el valle de la caleta con una violencia inconcebible, escorando la nave sobre su costado a cada minuto, por lo que nos vimos obligados a trincar todas las cosas como si estuviésemos en la mar. Afortunadamente, habíamos rellenado la madera y el agua, y ahora sólo esperábamos por las observaciones, la comparación de los cronómetros, para nuestro viaje a Valparaíso, adonde era mi intención proseguir. Días, sin embargo, pasaron sin vislumbrar las estrellas, y el sol sólo apareció unos pocos minutos sobre los cerros. El comandante Foster había terminado sus observaciones, y embarcado todos sus instrumentos, excepto el tránsito, el que dejó para tomar el paso de las estrellas; pero el mal tiempo continuó, con pocas interrupciones. El 3, el temporal fue el más violento, y los williwaws se convertían en cortos huracanes, en uno de los cuales el buque quedó a la deriva al garrear sus anclas. El 10, tuvimos un día seco y mejor, lo cual nos permitió refondear las anclas y amarrarnos de nuevo.

El buen tiempo fue de solo unas pocas de duración, cuando el temporal se levantó de nuevo, y duró, hasta el día de nuestro zarpe (el 24). Del 4 al 22 el cielo estuvo permanentemente nublado, por lo que los únicos tránsitos obtenidos durante ese intervalo fueron, uno de Antares, uno de Regulus, y uno del extremo de la luna, aunque el comandante Foster incluso dormía cerca del telescopio, por la gran ansiedad de obtener observaciones. La noche del 22 cuatro estrellas fueron

el ascenso la columna cayó 0,039 pulgadas, y durante el descenso subió 0,041 pulgadas. Se hicieron correcciones por el punto de rocío, según las observaciones del higrómetro de Daniell en la base y en la cima, y los cálculo fueron hechos de acuerdo con la fórmula del Ensayo Meterológico de Daniell.

El siguiente es el resultado:

Por el Sifón de Bunten Por el Jones 509.

Ascenso 1743,4 1749,3
Descenso 1738 1739,1
Media 1741 1744,2

Media de los dos instrumentos 1742,4 pies.

observadas, con lo cual el error del reloj fue satisfactoriamente determinado

El pluviómetro del comandante Foster, de un pie cúbico de tamaño, colocado en una base a dos pies a dos pies sobre el suelo, a una altura de cuarenta y cinco pies sobre el mar, contenía ocho pulgadas y cuarto de lluvia, después de una permanencia de treinta días; por lo tanto, con la cantidad evaporada, por lo menos deben haber caído doce pulgadas. El día después que lo anterior fue registrado, la nave sólo tenía siete pulgadas y un cuarto; de modo que en veinticuatro horas se había evaporado una pulgada, con lo cual se puede formar una idea del tipo de tiempo que experimentamos, y de la humedad del clima.

Con respecto a las características geológicas, sólo puedo añadir, que todas las islas en las que desembarqué, y, creo, que en todas las otras, están compuestas de jade de varios tipos. La parte inferior, o base, estando menos descompuesta, es una roca de grano fino de color verde, en la cual las partes componentes están tan mezcladas que no se distinguen unos de otros. Aparece a veces en estratos, inclinados a varios ángulos, desde 20° a 45° de la vertical; es muy similar a la roca que alterna con el granito en el estrecho de Magallanes, en la entrada del Bárbara; y también a aquella cerca de puerto Pond y bahía Bell. A una mayor elevación predomina el feldespato, la hornblenda es observada en distintos cristales, *(Esta roca es muy similar a la de los rodados y guijarros que se encuentran en la playa de la punta Santa María (Bahía Agua Fresca) y la roca contiene una considerable cantidad de hierro, que se observa por el tinte rojizo de su superficie. Antes me había dado cuenta de la propiedad magnética de esta roca, que era más o menos de acuerdo a la cantidad de hornblenda: las piedras de la playa son de diferentes tipos de jade.

Las partes bajas de las colinas, alrededor de la caleta Saint Martin, están densamente arboladas con haya de hoja suave, siempre verde, que he descrito antes. Sus hojas eran tan frescas y vívidas, cuando zarpamos, como si fuera pleno verano; pero las hayas de hoja caduca había tomado su tono otoñal, y se estaban cayendo rápidamente. Ninguna de las especies alcanzaba un tamaño mayor, en diámetro, que seis u ocho pulgadas. El canelo se encontraba en los lugares protegidos, pero no más grande en dimensión que la haya.* (La maleza está compuesta principalmente de Arbutus ríguda – Berberis parvifolia e ilicifolia- (Sempervirens de Banks y Solander). Verónica (¿decussata?) y, en lugares húmedos, Cineraria leucanthema, y Dysemore intergrifolia; los cuales ambos se encuentran en los rincones protegidos de Tierra del Fuego; No fueron vistas fucsias, pero el Sr. Anderson juntó la fragante Callixwnw marginata y una especie de Escalonia, en las laderas de los cerros.) Donde no crecen árboles, el suelo está cubierto con matas de chamizas y coigüe, las cuales, siendo de un color verde brillante, le dan a las laderas de los cerros una apariencia animada de aspecto verde . Si el estado del tiempo hubiese permitido a nuestros botes ir a los alrededores de la caleta, o hubiesen los bosque ofrecido cualquier agregado para nuestras colecciones de historia natural, nuestra detención habría sido más agradable; pero, con la excepción de unos pocos cormoranes, buceadores, y “patos a vapor”, y uno que otro halcón solitario, o una curruca patagónica, no vimos rastros de vida animal. No vinieron indios cerca nuestro. Habiendo sido asustados por el Chanticleer; porque cuando el comandante Foster estaba una noche ausente, después de haber intentado desembarcar en el cabo de Hornos, se dispararon varios rockets como señales, y unos cuantos indios que estaban en la caleta se alarmaron mucho, y se fueron al día siguiente, y después nunca más se mostraron, aunque me atrevo a decir que estuvimos estrechamente vigilados por ellos.

Habiendo abastecido al Chanticleer con las provisiones que requería, nos preparamos para dejar caleta Saint Martin. El 24 el Chanticleer zarpó, y dos horas después nosotros también dejamos esta deprimente caleta, en la cual experimentamos una sucesión de muy malos tiempos, y un casi constante viento del SO, y el último mes a penas cesaron de caer tanto la lluvia, los granizos, o la nieve. El Chanticleer se fue rodeando el cabo de Hornos, y pronto estuvo fuera de vista.

Este fue el último encuentro con el comandante Foster, quien, la noche anterior a que zarpáramos, me dio a conocer un presentimiento, que no podía quitárselo de encima, que no sobreviviría a este viaje. No puedo resistir dejarme llevar por la triste satisfacción de decir algunas palabras en memoria de mi difunto excelente amigo, y lamentando, como muchos otros, la gran pérdida que la ciencia sufrió con su muerte. Fue un miembro de la Sociedades Real y Astronómica, y en la primera había contribuido, empleando las palabras de su alteza real el duque de Sussex, como presidente de la Real Sociedad, a la más valiosa y extensa serie de observaciones sobre la variación diurna, intensidad diurna, e inclinación de la aguja magnética, y sobre otros temas relacionados con el magnetismo terrestre y refracción astronómica, que formaron toda la cuarta parte de las Transacciones Filosóficas del año 1826. Por estos legajos recibió la medalla de Copley; y los Lores del Almirantazgo reconociendo el sentido de honor que le había conferido a la profesión a la cual pertenecía, lo ascendió de inmediato al grado de comandante, y le asignó el comando del Chanticleer, para un viaje de descubrimiento y observación en los mares del sur. El discurso del presidente de la Sociedad Real de Astronomía, en la reunión aniversario, * (Reunión anual, 30 de nov. 1832.) también le profesó un amplio testimonio a sus activos y útiles servicios en la expedición, al mando del comandante Parry, hacia el Polo Norte; como también a su ferviente celo, muy grande atención, y precisión, en todas las cosas que asumió para la promoción de la ciencia; y concluyó la noticia de su muerte con las siguientes palabras: “En la muerte prematura de este joven y consumado oficial, la Sociedad tiene que lamentar la pérdida de un entusiasta y activo partidario de la ciencia, y su memoria será siempre querida por aquellos que más íntimamente lo conocían en sus relaciones de la vida privada.” El comandante Foster lamentablemente se ahogó, casi al término de su viaje, mientras descendía el río Chagres en una canoa.

Tan pronto habíamos dejado la tierra, cuando encontramos un fuerte viento del oeste, y mar gruesa; de modo que si habíamos tenido cualquier expectativa de hacer un viaje tranquilo hacia el oeste, habíamos sido decepcionados.

La tierra de la isla Hermite, y sus alrededores, tienen la más notable apariencia cuando son vistas desde el sur. Sus contornos son una serie de picos, siguiendo unos a otros en sucesión regular, y que se parecen a los dientes gastados de una vieja sierra. El monte Hyde es hecho suficientemente notable por su ápice redondeado, y por ser más alto que cualquier tierra cercana a él. El pico Kater también es notable desde esta vista, por su forma cónica y cima muy puntiaguda, y por estar ubicado en el extremo este de la isla. El 'Hornos' mismo no necesita descripción, no puede fácilmente ser confundido.*(El levantamiento de esta parte ahora le presenta al navegante con los medios para determinar su posición, al detalle, por ángulos tomados con un sextante entre las cimas del cabo de Hornos y el pico Jerdan, o el monte Hyde, y el pico Kater; y si el pico Kater y el monte Hyde son alineados, se toma un ángulo entre ellos y la cima del cabo de Hornos, la operación será todavía más simple.)

Vientos del oeste nos llevaron tan lejos como a 60° de latitud sur antes que pudiéramos navegar hacia el oeste, y luego tuvimos una inclinación desde el este, seguida por vientos variables. Nuestra corrida a Valparaíso fue muy parecida a todos los otros viajes en este clima; tuvimos como es habitual una cantidad de vientos en contra y otros buenos, combinado con tiempo tempestuoso, y llegamos a la bahía de Valparaíso el 22 de junio. Mientras permanecimos aquí nuestros cronómetros fueron limpiados, y algunos de ellos reparados; y la nave fue recorrida y abastecida, con una provisión completa para el Beagle y el Adelaide como para ella misma.

A fines de julio. El teniente Wickham me acompañó a Santiago, la capital de Chile, noventa millas del puerto, con el propósito de entrevistarme con general Pinto, el Director, e informarle el propósito de nuestro viaje, para prevenir la emocionante sospecha, o recibir cualquier interrupción de parte de las autoridades de los lugares que podríamos visitar, especialmente Chiloé, donde nuestra estada podría ser vista con desconfianza o temor; por el rumor que ya se había dicho que el inglés estaba a punto de tomar esa isla. Absurdo como ese informe era, lo consideré suficientemente importante como para explicarle al gobierno chileno nuestra visión y órdenes, lo cual podría ser hecho mejor mediante una explicación personal que por correspondencia.

Comenzamos nuestro viaje temprano el 11 de julio, viajando en un carruaje cubierto, tirado por tres caballos, uno entre las varas, y los otros por fuera, amarrados al carruaje por una sola correa de cuero: y precedido por una manada de caballos, de los cuales, al final de cada etapa de doce o quince millas, seleccionábamos un relevo. El día estaba tan tormentoso, que veíamos muy poco del terreno. Inmediatamente después de dejar el Almendral, o los suburbios de Valparaíso, ascendimos mil doscientos pies, y luego descendimos unos cuatrocientos pies a una extensa llanura, llegando a la cuesta de Zapata, la cima de la cual, al menos la parte más alta del camino, hicimos una medición barométrica que fue 1.977 pies sobre el mar. En el intervalo pasamos a través del pueblo de Casablanca, situado a ochocientos y tres pies sobre el mar. Después de pasar la cuesta Zapata, entre esta y la cuesta de Lo Prado, hay otro extenso valle, e través del cual corre el río Puangue. En Curacaví, donde cruzamos el río, la altura sobre el mar es seiscientos y treinta y trés pies; *(Miers, en su informe acerca de Chile, da una tabla de alturas mediante medidas barométricas de la tierra entre Valparaíso y Mendoza, de la cual aparece que ha deducido la altura de Curacaví de 1.560 pies. Como mis determinaciones son el resultado de observaciones hechas en mi viaje hacia y desde de Santiago, no tengo dudas de su exactitud, y pienso que el registro de alturas de la tabla de Miers debería ser 29.355 en vez de 28.355.) y el camino continúa por un suave ascenso hasta el pie de la cuesta de Lo Prado, cerca de la cual está el pueblo de Bustamante, ochocientos ocho pies sobre el mar.

Esta 'cuesta' se pasa por un camino muy empinado, y es ascendida por veintisiete caminos oblicuos, que lo llevan a uno a la altura de 2.100 pies sobre el valle, o 2.9050 pies sobre el mar. Cuando alcanzamos la cima de esta montaña el tiempo estaba tan nublado, que los Andes estaban casi ocultos de nuestra vista. Debajo de nosotros estaba el extenso llano del Maipo, con la ciudad de Santiago a lo lejos, una vista de considerable extensión, y poseyendo gran interés, pero debido al estado del tiempo, no pudimos apreciar su belleza y sacarle buen partido, no había partes del imponente Andes, agrandado por el engaño óptico aparentemente al doble de su altura, aparecía a intervalos entre las nubes. En un lindo día, cuando la cadena de montañas está destapada, la vista es imponente; pero no tan impresionante como cuando sus partes bajas están ocultas, y sus cimas parcialmente expuestas. Esta parte de los Andes se eleva a cerca de 11.000 pies sobre el valle, y están cubiertas con nieve sus lados hasta la mitad, el borde inferior está normalmente definido, y presenta cambios de color tan abruptos y horizontales como que parecen poco normales, lo cual disminuye mucho la grandeza de la vista. Pero en cualquier circunstancia esta vista vista desde la cuesta de Lo Prado, es magnífica, y produce un efecto indescriptible. El camino desciende por el lado este de la cuesta, hasta un valle cercano a los 1.100 pies bajo la cumbre. Tanta lluvia había caído durante los días precedentes y la última noche, que nuestro cochero expresó alguna duda si podríamos ser capaces de cruzar el Pudahuel, un río que es frecuentemente infranqueable por la fuerza de su corriente. La idea de pasar una noche en esta cuchitril que nos estaba llevando fue suficiente para inducirnos a correr un riesgo considerable, y nos pusimos en marcha para intentarlo. El agua era muy profunda, y la corriente suficientemente fuerte como para darle un aspecto de algún peligro; pero, habiendo pasado esta dificultad, pronto llegamos a la ciudad de Santiago, y el la casa del Sr. Caldcleugh, disfrutamos la hospitalidad y compañía de un amigo de buen corazón.

Esperé al Director (Pinto), quien me recibió con la mayor cortesía. Él entró en los detalles de nuestro viaje pasado con mucho interés, asegurándome que todas las instituciones nos proporcionarían cualquier ayuda, y nos prestarían asistencia, cada vez que fuese requerida, y en este ofrecimiento nunca fuimos defraudados, porque en todas las ocasiones la conducta de las autoridades hacia nosotros fue marcada por la atención, y aún por la amabilidad. Hago esta observación con el mayor placer, ya que era muy poco común en nuestras comunicaciones con las autoridades de los gobiernos que habíamos
visitado previamente, encontrar que los objetivos de nuestro viaje, fueran considerados a lo menos interesantes.

Aunque el tiempo, durante nuestra visita a Santiago, no fue considerado bueno, dejamos la ciudad y sus alrededores con la fuerte impresión de lo saludable del clima, y lo templado de su temperatura, la cual incluso en la mitad del invierno, y a una altura cercana a los 2.000 pies sobre el mar, no era inferior de 45° Fahrenheit, y durante el día la altura máxima del termómetro nunca superaba los 62°. * (k). (Los siguientes son los resultados de la determinación barométrica de la altura de varios puntos en el camino entre Valparaíso y Santiago:
Pies sobre el mar.
Casablanca, diez leguas de Valparaíso 803
El punto más alto en la cuesta Zapata 1.977
Hostería en Curacaví 633
Llano cerca de Bustamante 808
Cima de la cuesta de Lo Prado (carca de 200 pies) 2.949
Hostería o posta, en la base del lado este de la cuesta
de Lo Prado 1.804
Santiago, mediante numerosas observaciones 1.821

Miers coloca los lugares de arriba sobre el mar como sigue:

Pies sobre el mar.
Casablanca 745
Cima cuesta de Zapata 1.850
Curacaví 1.560
Cima cuesta de Lo Prado 2.543
Posta, en Lo Prado 1.773
Santiago, media de dos observaciones 1.691
Do. por Malespina 2.643 2.254
Español Inglés
Do. Mercurio chileno 1.6931/2 1.550

(k) A veces ocurren fuertes heladas.- R.F.

Regresamos a Valparaíso el 26 de julio, he hicimos los preparativos para zarpar, pero fuimos detenidos varios días por un fuerte temporal del norte, durante el cual fuimos capaces de prestar ayuda a un mercante indio de gran porte que de otra manera habría naufragado. El 10 de agosto, zarpamos a Chiloé, y durante nuestro viaje fuimos muy atrasados por vientos del sur, los cuales nos llevaron a estar a la vista de la isla Juan Fernández. Llegamos a nuestro destino el 26, y encontramos al Beagle, para nuestro placer, llegado, y todos bien. El comandante Fitz Roy vino a bordo antes de que fondeáramos, y me dio un resumen de sus informes, y del Adelaide, la cual no había regresado, pero se esperaba cualquier día, pues había sido enviada a levantar algunos canales interiores en nuestro viaje a Chiloé. Nuestro fondeadero estaba fuera de Punta Arenas, el cual no solo es el mejor en la bahía, pero parecía el mejor adaptado para nuestra necesidades. El Beagle había llegado a comienzos de julio, y había solicitado a Valparaíso artículos con los cuales recorrer, y hacer los preparativos para otro crucero hacia el sur.

El capitán de puerto, el Sr. Williams, un inglés, nos visitó tan pronto como fondeamos, y y con él remití al intendente (o gobernador), don José Santiago Aldunate, las cartas traídas para él desde Chile.

En la tarde recibí sus agradecimientos, y la oferta de cualquier ayuda que estuviese en su poder prestarnos. Como era probable que nuestra estadía nos ocuparía algunas semanas, me establecí en una casa en el pueblo, obtenida por su gentileza, y allí establecí mi observatorio portátil, e instalé el instrumento para la altura acimutal.